sábado, 11 de junio de 2011

trabajas, te cansas, qué ganas.

El primer empleo que tuve en mi vida me lo dieron Rafael y Carlos Stingo, tenía dieciséis años, y ellos me hicieron lugar en su taller especializado en Autounión o DKW.

Carlos y su primo Roberto me enseñaron a desarmar un carburador y limpiar todas sus piezas con gasoil para luego volver a ensamblarlo; no era mucho el trabajo, pero con lo que me pagaban, mientras estudiaba, me alcanzaba para las salidas de los sábados y los puchos.

Carlos Stingo era un intrépido mecánico, recuerdo que con mecánica DKW armó jeeps con carrocerías Lody; areneros, corrió turismo con un DK y hasta hizo funcionar el motor de ese noble automotor alimentándolo a kerosene.

Mi segundo empleo me lo dio Marita, una arquitecta amiga y arriesgada. Se había mudado a una casita en Liniers y confió en mi las refacciones de albañilería. Me vino bien ese laburo de albañil, algunas cosas las había aprendido durante el secundario pero jamás las había llevado a la práctica, lo único dramático fue la época, el frío en esos años calaba los huesos. Macanuda Marita, me pagaba el jornal de un oficial especializado cuando no era ni peón.

Después pintó un trabajito mucho más placentero, Andrés consiguió trabajo como guardavidas en el Centro Naval Olivos y el que tenía la concesión de la pileta necesitaba un muchacho para control de pileta, popularmente conocido como “chapitero”. Placentero sí, ingrato también: todo el día sentado al borde de la pileta sin poder tocar el agua, era bastante tortuoso y para colmo, las chicas del centro naval eran hermosas. Buenísima la experiencia de Olivos, jamás olvidaré la belleza de María Pía.

Luego vinieron trabajos más formales y relacionados directamente con mi estudio.

Debo confesarles que a pesar de todos los trabajos que realicé: aprendiz de mecánico; peón de albañil; chapitero; guardavidas “alternativo”; dibujante técnico; gestor; librero; vendedor; periodista; escritor; empleado del estado; director de obra; militante; encuestador; operador político y almacenero, hay una ocupación que aún no pude llevar adelante: alguna vez me gustaría darme el gusto de dar clases, enseñar.

También soy consciente de mi falta de capacidad pedagógica y si bien mi título del secundario me habilita para dictar una que otra materia, la experiencia de enfrentar un aula me atrae más de lo que imagino.

El tiempo, sólo el tiempo dirá si alguna vez cumpliré mi sueño. Pobres alumnos..

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