martes, 25 de octubre de 2011

El "Topo" y sus videos

La Argentina aún seguía gobernada por el régimen y para ese momento no se vislumbraba una salida. El oscurantismo brillaba, oximoron mediante. Muchos disfrutaban de los últimos estertores del “deme dos argentino” que nos hiciera famosos en Miami.

De esos viajes, llegaron al país las primeras Sony Betamax, unas cajas enormes reproductoras de películas, anteriores al VHS, que tomaban los videos por carga horizontal. Claro, en el apuro y la ambición por comprar, no repararon en que las mismas no eran compatibles con la norma argentina. Así que poco a poco, se las fueron metiendo en el or..

Pero antes de eso y de que se popularizara el VHS, hubo alguien que le encontró la vuelta (debe haber habido más) en el oeste. Así fue que surgió el video club “Los pioneros” que se instaló en uno de los locales de la Galería Ramos Mejía (dónde?).



“Alguno recordará que existió la calle Alsina desde el cero al cien antes de la actual. Es que la Plazoleta San Martín se la comió, pero por suerte hay testimonios fotográficos (ante la desmemoria) que así lo acreditan”

En coincidencia con “los Pioneros”, surge el personaje del presente recuerdo.

De movida me cayo antipático. Es más, parecía más grande que el resto, de hecho lo era, aunque no el único, Melena era otro, por ejemplo.

Toda esa primera impresión duro nada.

El “Topo” resultó un amigazo. Es tan bueno como la leche de la teta.

Me tocó en suerte, vivir junto a él algunas circunstancias particulares. Pero eso lo dejaré para el final, prefiero ir de lo general a lo particular.

La introducción permite ligar al personaje con el cine. La auto titulada “Banda” (Larry, Hulk, Carro, Corcho, White, Topo y Condo) solía aprovechar cualquier circunstancia para reunirse. Así entonces hubo una primera vez, bajo el pretexto de vaya a saber que trabajo práctico escolar, quien ofreció el lugar fue el Topo. Su propio hogar –el de sus padres- sirvió de anfitrión.

La cosa iba más o menos bien, hasta que algunos empezaron a cansarse del estudio y fue ahí, cuando el Topo, propuso ver unos videos.

Vaya sorpresa para todos, cuando la pantalla de la Tv, video casetera mediante, nos exhibió una película porno.

Claro, el Topo era el hermano menor de uno de los dueños de “Los Pioneros”, Rubén.

Jamás debe haber imaginado el Topo que ese ofrecimiento casual para distendernos, se convertiría en uno de los “íconos” de nuestra “pajera” adolescencia.

“Apenas si alguno había visto en Super 8 una vieja porno protagonizada por la rubia Seka”

Hay un antes y un después de esa primera proyección, en las reuniones de la “banda” sobre trabajos prácticos del secundario.

A partir de allí, cada vez que surgía la necesidad de un laburo grupal, los miembros de la “banda” esgrimían sus dedos en V, cual símbolo peronista, pero con otra y única connotación: la V de video, que empezó a ser sinónimo de “reunirnos para hacer un trabajo práctico”

Fueron noches enteras sin dormir preparando trabajos o clases que demandaban apenas unas horas, para dedicar el resto de la noche al placebo pajeril.

El Topo, ya curtido de películas, se retiraba a dormir, mientras el resto velaba pornográficas.

Al alba, nos íbamos directamente al Delpini; se imaginará caro lector, de la calentura madre con la que los tipos llegaban a la escuela!

El cuadro o imagen, de haber sido captada por una cámara hubiera resultado fellinesca.

1980. ¡Menos mal que nunca asociaron nuestros dedos esgrimidos con la V, con una identificación política!

El Topo era además un jugador de fútbol distinto. Gallina, a pesar de su gran talla, tenía un manejo del fútbol casi “riquelmeano”. Se imponía en el área, pero su fuerte era la habilitación para otro compañero.

En mi oscuro paso por la selección de fútbol del Enet, alguna vez, el Topo me habilitó como nadie lo había hecho; antes me dijo: andaaá...correeé... y me puso un tiro de larga distancia milimétrico sobre el pecho.

Cuando en quinto año tuvimos la posibilidad de hacer un viaje a Bariloche (no como egresados) coincidimos el Topo y yo, los únicos de la banda.

Esa estadía da por si sola para otro relato, lo que aquí quiero destacar fue el comportamiento del Topo conmigo.

Debo confesar que yo no había llevado mucha guita, bah! no tenía un mango.

Omar durante esos días me cuido y se preocupo por mí como si fuera un hermano mayor. Ejemplo:

“pendex, tenés fasos?”
 “No”
 “Toma, anda a comprar un par de paquetes”



De ese par, uno era para mí. Parece una nimiedad, pero cuando uno no tiene (no por los fasos), esos gestos, a la distancia, conmueven.  Durante ese viaje, nuestro himno fue “Quiero ver, quiero ser, quiero entrar” de Porsuigieco. Ahí el Topo me introdujo en el mundo Nitomestreano post Sui Generis.




Cuando hace muy poco, sin planearlo, coincidimos en un intimista acústico de Nito en Mr. Jones, la letra de “Hoy tiré viejas hojas”, humedeció nuestros ojos cuando cruzamos las miradas a través de las mesas que nos separaban.

Estoy seguro, que en ese instante, recorrimos juntos una época fantástica de nuestra vida, aún estando alejados.

Topo, gracias por meterme a “los desconocidos de siempre” bien adentro de mi corazón, porque, por ello, “hoy NO tire viejas hojas que hablan de pasado”


Parados de izq. a derecha: El Topo y Hulk, en andas: Condor y White

sábado, 8 de octubre de 2011

Cuando en Excalibur vencieron a Galindez

 Lo que no pudo Mike Rossman, sucedió una noche setentosa en Excalibur, un viejo boliche del oeste bonaerense.

Cuenta la leyenda que una de esas noche, el grupo Trigémino, una banda rockera oriunda de Ramos Mejía, fue a tocar a Excalibur.

Fue entonces que debieron trasladarse hasta el lugar los equipos de sonido que recital tras recital Trigémino utilizaba. Quiso el destino, que “el Turco” Omar fuera plomo de esa banda en sus jóvenes años.

En un momento, el “Turco”, trasladando una columna de sonido, esas tipo rectangulares que llevan cinco parlantes en línea, que son huecas, pero incomodas para transportar, hiciera su entrada al boliche, ya en penumbras, con las luces de colores a full.

Todo iba bien hasta el escalón, el maldito escalón que se cruzó en el camino. Ese fue el culpable del trastabilleo del Turco, quien casi perdiendo el equilibrio impacto la punta de la columna de sonido contra la espalda de un muchacho que plácidamente estaba acodado en la barra y, como era su costumbre, se encontraba rodeado de señoritas.

Grande fue el estupor del Turco cuando la infausta víctima se repuso y lo encaro.

Creyose muerto al ver la figura que se incorporaba ante él. Tamaño XL, pero de tan buen corazón, que cuando se percato del accidente, solo tuvo para el Turco una sonrisa complaciente.

El Turco, repuesto, continuó su trabajo de plomo por esa noche. El, fue Campeón del Mundo, pero esa noche fue vencido por la música.

Un recuerdo para uno de los tipos más valientes que tuve la suerte de ver arriba de un ring.


Hasta siempre Víctor!!!

sábado, 25 de junio de 2011

La biblioteca y la música

12 Yo crecí en una casa que no tenía biblioteca ni equipo de música. En esa casa, vivía junto a mis abuelos y mis viejos. Ninguno de ellos había terminado el colegio. A que voy, mi familia devenía del ascenso social que le dio el peronismo al obrero. Si bien luego fueron comerciantes (mi abuelo y mi viejo fueron carniceros) comenzaron como obreros en el Frigorífico Nacional Lisandro de la Torre. Mi mamá, llegó del sur de la provincia de Buenos Aires con apenas dieciséis años para trabajar en una casa de familia.
Poco importó que no pudieran terminar sus estudios al momento de darme educación. Jamás me falto algo (a mis hermanas tampoco) en mi carrera estudiantil en cualquiera de sus distintas etapas. Soy consciente de las privaciones de mis padres para darnos la mejor educación.

Américo, mi abuelo, fue sindicalista durante los primeros años del peronismo, más tarde tuvo un puesto en un viejo mercado, si mal no recuerdo allá por Cobo al fondo, más tarde recaló en el centenario Mercado del Progreso de Centenera y Rivadavia. Fue, para mí, el mejor ejemplo de honestidad y convicción, algo que jamás le imite. Sin perjuicio de ello, Américo dejó en mí su sello. Estoy seguro que allí donde esté, reconocerá mi única actitud coherente y consecuente: mi convicción política. Creo que desde antes de nacer, ya era peronista. Cuando las elecciones de 1973, las primeras de las que tengo recuerdo cierto, entre los niños que había en mi cuadra, Caseros al 300, surgió la pregunta ¿ché, en tu casa, a quien votan? Una a una fui escuchando las respuestas, todas coincidían. En mi calle todos decían votar a la UCR. Ese niño de sólo nueve años sintió vergüenza de ser diferente al resto y eludió la respuesta con un “no sé”.
Ya en casa, le conté al Abuelo lo sucedido. Yo no quería ser diferente a los demás, si todos votaban a ese partido, porque en casa no. Así que le comenté mi respuesta evasiva. Américo, con seriedad, altivez y mucho orgullo me dijo: “Jamás, pero jamás, te avergüence decir que tu Abuelo es peronista”.
Puede ser poca cosa, así contado, pero ese día dejó una impronta que aún perdura. Ese día, yo me hice peronista.
Los días que vinieron, mi bicicleta Legnano lucía muy oronda la “manito peronista” que se ajustaba al manubrio (era una manito en plástico duro que tenía la forma de  la famosa V con los dedos índice y mayor con un resorte que la hacía bambolearse) y no conforme con ello, por el sol usaba un “pochito” con la inscripción “frejuli”.
Mi viejo, hasta el día que se nos fue, no dejó de reprocharle a mi abuelo haber votado a Frondizi como mandó Perón desde el exilio, por eso en las legislativas de 1960 voto en “blanco”. Sentía ese voto como una revancha ante la traición frondizista. Papá puteó durante todo su mandato a Carlos Menem, aún en el supuesto mejor momento de éste, allá por 1994. Incontadas discusiones tuvimos, cuánta razón tenía.
Ni con el Libro Rojo de editorial Peña Lillo en la mano podían convencerlo.
Una vez más me fui de tema, como dice Silvina, escribir es mi terapia.
Así que, retomando, para cuando vino Queen al país, mis viejos con mucho esfuerzo me compraron un equipo de música Sansui, en cómodas cuotas en Casa Dieva.
Para ese momento, mi vieja recibía mensualmente a un vendedor de libros a domicilio. La primera compra, y este es un paradigma que debería ser estudiado, fue un diccionario enciclopédico de cinco tomos. Nunca tuve el Losetodo ni la enciclopedia Salvat, pero jamás me falto un manual. Además, no los revendía en “Chispita”, así que junto a los libros de la colección Robín Hood, las “Selecciones” de Reader’s Digest y una enciclopedia de historia de la Segunda Guerra Mundial comenzó a gestarse mi biblioteca.
Las punteras de dibujo Rotring las fui comprando de a pares, el caballete de dibujo tuve el orgullo de construirlo en el taller de carpintería del “Juancho” (por esos años Instituto Parroquial Juan XXIII), el juego de compás con balustrín me lo obsequio mi tío Jorge y la bolsa para transportar el tablero portátil la cosió mi vieja en maquina Singer en cuerina negra.
En mi familia se decía con orgullo “Marcelito entró a la Enet” , dando muestras de lo que significaba para ellos la posibilidad de que uno de los suyos alcanzara un título. Me recibí de Maestro Mayor de Obras, el sueño (de ellos) quedo trunco, si bien pase por la universidad no llegue a completarla. Abandoné luego de cursar durante cinco años, tres en arquitectura y dos en diseño gráfico.
Nunca supe si a mi viejo le jodió que dejara la facu, Para Mamá debe haber sido una decepción.
 Ha pasado mucho desde aquel bis abuelo anarquista, hijo de vasco venido del Uruguay, para llegar hasta esta realidad. Seguro hay bibliotecas mucho más importantes que la mía, es más, comparando, la denominación “Biblioteca” le queda grande, pero el significado que tiene para mi, casi la convierte en Alejandría.
Ah, me olvidaba de la música, les relate del equipo Sansui, a los diecinueve años lo cambie mano a mano por un 
Fiat 600 E modelo ’68. Mamá, aún lo lamenta.
 


sábado, 11 de junio de 2011

trabajas, te cansas, qué ganas.

El primer empleo que tuve en mi vida me lo dieron Rafael y Carlos Stingo, tenía dieciséis años, y ellos me hicieron lugar en su taller especializado en Autounión o DKW.

Carlos y su primo Roberto me enseñaron a desarmar un carburador y limpiar todas sus piezas con gasoil para luego volver a ensamblarlo; no era mucho el trabajo, pero con lo que me pagaban, mientras estudiaba, me alcanzaba para las salidas de los sábados y los puchos.

Carlos Stingo era un intrépido mecánico, recuerdo que con mecánica DKW armó jeeps con carrocerías Lody; areneros, corrió turismo con un DK y hasta hizo funcionar el motor de ese noble automotor alimentándolo a kerosene.

Mi segundo empleo me lo dio Marita, una arquitecta amiga y arriesgada. Se había mudado a una casita en Liniers y confió en mi las refacciones de albañilería. Me vino bien ese laburo de albañil, algunas cosas las había aprendido durante el secundario pero jamás las había llevado a la práctica, lo único dramático fue la época, el frío en esos años calaba los huesos. Macanuda Marita, me pagaba el jornal de un oficial especializado cuando no era ni peón.

Después pintó un trabajito mucho más placentero, Andrés consiguió trabajo como guardavidas en el Centro Naval Olivos y el que tenía la concesión de la pileta necesitaba un muchacho para control de pileta, popularmente conocido como “chapitero”. Placentero sí, ingrato también: todo el día sentado al borde de la pileta sin poder tocar el agua, era bastante tortuoso y para colmo, las chicas del centro naval eran hermosas. Buenísima la experiencia de Olivos, jamás olvidaré la belleza de María Pía.

Luego vinieron trabajos más formales y relacionados directamente con mi estudio.

Debo confesarles que a pesar de todos los trabajos que realicé: aprendiz de mecánico; peón de albañil; chapitero; guardavidas “alternativo”; dibujante técnico; gestor; librero; vendedor; periodista; escritor; empleado del estado; director de obra; militante; encuestador; operador político y almacenero, hay una ocupación que aún no pude llevar adelante: alguna vez me gustaría darme el gusto de dar clases, enseñar.

También soy consciente de mi falta de capacidad pedagógica y si bien mi título del secundario me habilita para dictar una que otra materia, la experiencia de enfrentar un aula me atrae más de lo que imagino.

El tiempo, sólo el tiempo dirá si alguna vez cumpliré mi sueño. Pobres alumnos..

domingo, 29 de mayo de 2011

Residencial Susan

Como normalmente suele suceder, después de la primavera llega el verano. Lo que voy a relatar sucedió en el verano de 1980. Apenas un año antes, yo había debutado en eso de viajar sólo, sin los viejos, fue un fin de semana en Lobos, en carpa, junto al Chivi y Dani. Pero esta vez, éste verano, estaba decidido a irme a la costa como fuera.
Resulto entonces que cada uno de los pibes de la barra tenía planificada su estadía. Así las cosas, Marcelo se iba con sus padres, como invitado el Chivi y de colado se sumaba Confite. Dani iba a su departamento junto a Betty y Carlos, sus viejos. Por su parte, Andy y Ale, junto a sus hermanas y sus padres tenían colmada la capacidad de su departamento marplatense.
Por lo tanto, había quedado afuera de cualquier posibilidad junto a ellos. Todos en la playa y yo en Ramos, que fastidio, cómo soportar el verano sólo. Una mezcla de abandono y frustración me invadía.
Sucedió entonces lo inesperado, pinto viajar con dos pibes, que si bien no eran de mi barra, eran vecinos del barrio. Fue entonces que partimos, “vía Temperley” desde Plaza Constitución, en clase turista con destino hacia “la feliz”.
Partimos totalmente a la aventura, tal era la cosa, que por las dudas me lleve una carpa que tuve que pedirle prestada al viejo Domínguez, un español republicano amigo de mi abuelo.
Digamos que todo iba medianamente bien, hasta que en el vagón se nos acercaron una par de pibes, que también eran de Ramos, conocidos de vista nomás, que se plegaron a nosotros.
Eran un poco mayores que nosotros, curtían otra onda.
No habíamos llegado aún a Avellaneda y la cosa empezó a complicarse con los guardas, estos pibes no tenían boleto. Imaginen mi posición, recién empezaba a despegarme de la teta de mi vieja, era mi primer viaje sólo y empezaba a fumar para creerme más grande y como si esto fuera poco, con cuatro pibes que apenas conocía, los dos “chanchos” que nos querían hacer bajar del tren –los tres boletos que teníamos, de golpe se habían socializado y ya no se sabía quien era quien- acompañados por un par de policías, que por esos años no se andaban con muchas vueltas.
Para no cansarlos, los cinco llegamos finalmente a Mar del Plata luego de unos mugrosos pesos de cometa que juntamos entre todos para el par de “chanchos” del Roca.

El Budín y nuevas experiencias
Calculo que serían algo así como las siete de la mañana cuando llegamos a la rambla después de caminar derecho por la Avenida Luro desde la estación del tren, y yo, con la carpa al hombro.
El tema es que era la hora de un buen desayuno y si bien tenía plata como para sentarme en un café y pedirme un continental completo, esto dos pibes recienvenidos que les referí, deciden ir a comprar facturas a un almacén y me piden que los acompañe. Menuda e inocente sorpresa la mía cuando la compra devino en un cuento del tío al pobre y viejo almacenero que aún debe estar preguntándose en que momento vendió los budines que faltaban de su escaparate. Todavía recuerdo la corrida por la rambla con los budines debajo de las remeras hasta quedar a buen resguardo.
Después de desayunar, echados ahora en la playa, sería La Perla, cerca de las nueve de la mañana, surgieron de la nada unos cigarrillos poco convencionales, de esos que suelen fumarse en ronda y de los que se trata de no desperdiciar hasta el último milímetro. Me imaginan, al día de hoy, todavía me cuesta a mi verme en esa situación.

El regreso
Para el mediodía, sin un lugar donde parar y sólo, ya que decidí separarme de estos ocasionales compañeros de viaje, abrumado por todo lo vivido, que a ojos de hoy parece un cuento de niños, tome la decisión de volver a casa.
La frustración era terrible, con mi bolso y la carpa al hombro empecé a desandar la peatonal San Martín, buscando la boletería que por aquellos años ferrocarriles argentinos poseía en una de sus cuadras.
Estaba acabado, había llegado a las seis de la mañana y para las doce estaba tratando de emprender el regreso. Ni un día y ya me volvía.

La amistad
Fue justo antes de encontrar la boletería que, desde vaya a saber donde, aparecieron ante mi los pibes de mi barra, los amigos de toda la vida, los mismos que aún conservo a mi lado, los mismo que apiadándose de mí, decidieron acompañarme para buscar un lugar donde pudiera parar, de poco sirvió que les dijera que la plata no me alcanzaba, la vaquita se hizo enseguida, uno agarró la carpa, otro tomo el bolso y ahí nomás salimos en busca de un lugar donde pudiera parar unos días. Hoy y se los aseguro, en ese momento fui el tipo más feliz y mejor contenido de Mar del Plata.
Cuando llegamos a la Catedral, doblamos por Mitre hacia Colón, a poco de andar, apareció un cartel: Residencial Susan decía.
Si mal no recuerdo, fue el Chivi el que negoció la estadía. Sólo había una condición: la “pieza” debía compartirla. Ese compañero de cuarto resultó ser un hombre de unos cincuenta años, albañil, que vivía en el Susan, y del que recuerdo su preocupación por mi juventud. Solía dejarme cigarrillos y procuraba no hacer ruido cuando se iba a trabajar, tipo seis de la mañana.
Pagamos una estadía de tres o cinco días, no recuerdo bien. 


El baño del Susan 
 Estuve a punto de volver de no haber encontrado a mis amigos. Ahora, estaba afincado en una pensión de mala muerte que resultó un cinco estrellas y desde el que pude vivir mi primer veraneo sólo. Eramos pibes que empezábamos a crecer. Pero ellos, los que aún son mis amigos, ese verano, me dieron una muestra que me llevé para siempre sobre la amistad. Esos tres o cinco días solo en la costa y la actitud de ustedes, ocupan en mi vida ESTE lugar, el que desde acá, desde este blog quiero reconocerles. Este recuerdo existe por ustedes: a Pistingo, el Chivi, Confite, Andy, Dani y El Teme, GRACIAS.

domingo, 22 de mayo de 2011

Mayo, un mes de sangre derramada

Adaptación de un escrito de Osvaldo Wehbe

Mayo, un mes significativo si los hay. Un 22 de mayo se produjo el Cabildo Abierto. Un pueblo se manifestaba y quería saber de que se trataba. Ese 22 de mayo no fue tan sangriento como otros que hoy voy a recordar.

Ciertamente, hubo un 22 de mayo de mucha sangre, fue el de 1976, época de sangre en la argentina. Muy lejos, en Johannesburgo, Víctor Galíndez, un hombre al que no lo abrazo el cariño de las multitudes que amaron a Nicolino, pero al que, si lo mas selecto del deporte nacional, se lo pudiera condensar en un álbum de imágenes, la de él, contándole los diez del nocaut a Richie Kates, figuraría en esa colección.

Su sangre de guerrero derramada en la camisa del arbitro Stanley Christodoulou
, y un coraje sin par, exigió de Ricardo Arias, por radio splendid, uno de los relatos más fabulosos que yo haya escuchado en la radiofonía argentina, similar al de barrilete cósmico de Víctor Hugo.

Ese día los argentinos vimos sangre. Sangre real, en vivo y en directo, la misma sangre que también era derramada por muchos compatriotas en otro tipo de ringside. Pero hubo otra sangre que no pudimos ver, pero imaginamos al mediodía de ese mismo 22 de mayo cuando nos enterábamos, otra vez por la radio, de la muerte de Oscar Ringo Bonavena.

Un nene grande, el mismo que al salir de un cine en EEUU donde había concurrido a ver una pelea, al encontrarse a la salida con Cassius Clay, al que luego de llenarlo de halagos del tipo, vos sos el más lindo, sos el preferido, sos el mejor, le prometió partirle la cara cuando lo agarrara. Ese Ringo, hizo famosos los ñoquis de Doña Dominga y llegó a compartir cartel con Zulma Faiad en una incursión revisteril.

Moría ese 22 de mayo en la lejana ciudad de Reno, en Nevada, a manos de nombres desconocidos, Sally y Joe Conforte.

Como no evocar hoy esas noches del luna y sus combates con el Goyo Peralta.

Ese 22 de mayo de 1976 no pudimos ver su sangre, ese mismo día el pueblo no sabia que se trataba y que le tocaría vivir a la argentina.

Oscar Ringo Bonavena combatió contra cuatro campeones del mundo, lo hizo tambalear a Clay, aunque éste no le pudo hacer besar la lona, recibiéndose ese día de campeón sin corona.

Ringo fue el más cajetilla de todos los boxeadores y Víctor Galíndez el más guapo. Por la sangre derramada por ellos ese 22 de mayo vaya desde aquí, mi pequeño homenaje.



RINGO CONFESABA ALLA POR 1973 QUE POSEIA
12 DEPARTAMENTOS
1 MERCEDES BENZ 280
1 BATA EGIPCIA DE U$S 80
1 TAPADO DE PIEL DE POTRILLO DE U$S 700
1 VALIJA LANIN DE U$S 300
1 ANILLO DE JOYERIA BURTON U$S 600
1 CAPA CARDIN DE U$S 150
35 TRAJES
300 CAMISAS
45 REMERAS
2 ROLEX , 1 DE ORO BLANCO CON CRISTAL TALLADO Y OTRO DE ORO AMARILLO
2 ENCENDEDORES, 1 DUNHILL DE ORO Y OTRO CARTIER
ACERTO 9 TERCERAS DOCENAS SEGUIDAS EMBOLSANDO 7 MILLONES DE AQUEL AÑO. LE GANO Y DEJO SECO EN UN VIAJE DE AVION A EDWARD KENNEDY DESPUÉS DE UNA PARTIDA DE TRUCO

sábado, 21 de mayo de 2011

La otra Susana Romero

Susana Romero es una voluptuosa y conocida actriz que supo brillar en la década del ochenta acompañando al queridísimo Alberto "negro" Olmedo.

Sin embargo, para un grupo de hombres y mujeres que han pasado la barrera de los cuarenta años y que en el albor de la década del setenta compartieron un aula en la querida Escuela Nº 29 Sgto. Cabral de Oncativo 250, Susana Romero fue la "Señorita Susana".

Susana fue quien tuvo la responsabilidad de suplantar a todas las mamás cuando ese primer día de clases, todas ellas nos soltaron por primera vez la mano.
Muchas/os lloraban, otras/os no hablaban, algunas/os sufrían dolores inesperados, todas las manifestaciones eran válidas para poder "escapar" de esa señora desconocida, que como si fuera poco, vestía guardapolvo blanco (ese mismo que cuando uno aún es niño identifica con el médico) y que parecía mayor que nuestra madre.


Sin embargo, esa mujer, Susana, jamás será olvidada por quien esto escribe. Ella y sólo ella, nadie más pudo haber ocupado ese lugar. Ella logró que todas las mañanas durante dos años, dejáramos a nuestra madres en la puerta de la escuela con alegría y sin ese sentimiento primero de abandono que sufrimos ese primer día de clases.

Héctor "el triste" Gagliardi, fue un poeta del arrabal, tanguero acérrimo y decidor como muy pocos, le dedicó una poesía a su maestra de cuarto grado. Creo que es una pieza literaria difícil de superar, así que los invito a escucharlo para después, seguir recordando a Susana, ahí va:

A diferencia del relato de Héctor, no tengo recuerdo de alguna ausencia durante los dos años que Susana acompaño nuestro crecimiento. Ella tuvo la virtud de ocuparse de manera personal de cada uno de sus alumnos, cada uno de nosotros era un poco dueño de Susana, como bien dice Fabiana:

"Mi 1er. grado en la 29 fue problemático, lloraba mucho no quería quedarme en el cole y mi mamá no sabía que hacer!!!
La srita Susana, un sol !!! Para mi en aquel momento era como una abuela, me sentaba a su lado y me daba su té para que tomara y me calmara!!!, yo ponía el pretexto que me dolía la panza para que mi mamá me llevara a casa pero ella con su té mágico hacía que los dolores se esfumaran!!!!!! Jamás olvidaré eso ... que paciencia me tuvo"

Los primeros palotes, esas raras letras jeroglíficas, los fósforos sin cabeza en paquetitos de a diez para aprender a contar, el recorte de figuritas escolares y el marco en cartón forrado en lana para pegar en el cuaderno, el papel glacé doblado para fabricar un marco y colocar la figu adentro, el no dibujara los próceres porque estaba prohibido, todo eso nos enseño Susana.



Quedarme en eso sería como poco, a la distancia puedo evaluar que ella nos enseño el amor al laburo, a involucrarnos y participar, Susana me inculcó el sentido del deber y la conducta.

 Ese primer día fue bastante duro, esa cosa medio pendenciera que aún me dura me viene desde muy pibito.. les decía que ese primer día volví a casa con mi primer mala nota, han pasado 25 años, pero ese "No debe jugar con el puntero" escrito en el cuaderno, todavía me acompaña.

Doy gracias de esa nota. Casi que me siento orgulloso por ese llamado de atención. Jamás se le hubiera ocurrido a mi vieja cuestionar una indicación de la Maestra. Cuánto han cambiado los tiempos, hoy un padre recurre a la justicia para que su hijo apruebe.

Que suerte la nuestra, haber sido educados con otra escala de valores, escala en la que la palabra del docente no estaba en discusión. Todos somos un poco culpables. No es fácil la tarea, como nunca lo fue, aunque de algo estoy seguro, voy a luchar abrazo partido para que mis hijos, que viven este tiempo, entiendan y acepten que las cosas son un poco diferentes, que muchos no hacen razón, que lo aparentemente normal no lo es tanto, que si la maestra comete un error, habrá que corregirlo sin desautorizarla, que por algo ella está frente a un aula.

 En fin, me fui un poco de tema, por eso, cerrando, Susana Romero, a quien tuve la fortuna de volver a encontrar alguna vez, ya muy viejita, esa misma abuela que me recordó con sólo verme, demostrándome una vez más que lo suyo no era casual, sino un compromiso militante con su profesión y con la vida, Gracias

Gracias por haber suplido a quien resulta ser irreemplazable. Que suerte que estuvieras en ese momento junto a nosotros, por el rescate y la memoria:



Todos de pie junto al banco, con voz clara y alta, pronunciemos ese "Buenos días Señorita Su

martes, 17 de mayo de 2011

Alguin tenia que animarse a escribir sobre la calle Temple

Nadie sabía muy bien como había comenzado todo aquello. Siempre charlábamos de esas cosas entre nosotros, en la vereda de la esquina de Temple y Cisneros. Ahora, después de muchos años, pienso que el nombre de aquella calle, de alguna manera, determinó nuestros destinos. -.“La “Avenida” Temple... así debería comenzar toda reflexión seria sobre un fenómeno no bien estudiado en nuestra comunidad científica.” Así comenzó el “Papa” su alocución aquella madrugada en el bar de la esquina. “Avenida” era el nombre que, entre nosotros, le dábamos a la calle Temple del barrio Don Bosco de Ramos Mejía. “Avenida”, porque si bien era una calle (de morondanga, por otra parte) en ciertos momentos, misteriosamente, se poblaba de un tráfico intenso que hacía imposible, por ejemplo, jugar a la pelota (tal vez fuera mas correcto hablar de “jugar al fútbol”, pero eso ya sería mucho decir). Quiero decir, señor lector, a ver si me explico, que la citada calle, en medio de un picado, se veía, no misteriosamente como dije antes; mas bien sistemáticamente, interrumpido por un tráfico insospechadamente fluido a una hora en que era imposible que alguien pasara por allí con algún propósito serio. “Quiero decir –continuó el Papa -, que eso es digno de estudio y me llama poderosamente la atención, que nadie haya dedicado, no digo un libro, un tratado ecuménico o una enciclopedia, mucho menos una cátedra, sino un simple “paper”, al fenómeno físico expuesto... sin ir mas lejos” Las alocuciones del papa siempre terminaban con aquella célebre frase: “Sin ir mas lejos”. Eso se producía sistemáticamente, como el tráfico de la calle Temple. Si bien la calle Temple (o Avenida, como se quiera), tenía mucho que ver con esta historia, la cuestión de la calle no tenía que ver tanto con el carácter de la misma sino con su propio nombre, a saber: Temple. Dije que el nombre de aquella calle había sellado nuestros destinos. Y alguien tenía que animarse a escribir esa historia. No se piense el lector que me considero valiente por ello. Y si alguien se admira de mi osadía, piense que han pasado muchos años. Los suficientes como para exorcizar algunos fantasmas que me he encargado de analizar en un diván (el de mi analista) durante mas de 10 años. Digamos que me mueve “el espíritu científico”, como dijo el Papa en aquella memorable ocasión.


CAPITULO I. Eramos chicos buenos.
Claro... nosotros jugábamos a la pelota. Se trataba de picados en los que los equipos en cuestión eran, a saber: A) Los grandes B) Los chicos A veces era difícil decidir quién pertenecía a cada cual. Mas esto rara vez generaba conflicto. Salvo, claro, en el caso de buenos jugadores (por ej.: Juano o Dario) por los que se disputaban tanto grandes como chicos. No era mi caso. Recuerdo que jugaba frecuentemente abajo (posición defensora) cerca de Sergio que cuidaba el arco con celo y pasión. “Chunto” era su apodo. Como yo siempre jugaba cerca de él un día me bautizaron “Chuntopolowski” Cada tanto, pero inquietantemente, alguien gritaba: “AUTOOOOO!!!!!” lo que indicaba, sin mediar explicación, que si no te corrías, te pisaban. Los resultados eran desparejos (no en el pisado, sino en los partidos). Marta, la mamá de Dani y Walter, desde el pallier de su casa, vigilaba atenta. No se sabía qué, pero ella siempre miraba. Nadie que haya vivido aquella época puede olvidar que un poco el fundador de todo aquello había sido el mítico “Horquio”, que vivía al lado de lo de Sergio. Recuerdo que mi mamá me llevó de la mano porque le habían dicho que allí jugaban “los chicos del barrio”. Después de un rato de estar allí algunos miraban con recelo la mano de mi mamá que no me soltaba. Creo que ella se dio cuenta y se fue. Horquio me invitó a jugar con ellos. Se trataba de algo así como “quién saltaba mas lejos” en el estrecho jardín del frente de su casa. Desde ese inocente juego, pasamos a otros un poco más agresivos, digamos, hasta llegar a la franca guerra encarnizada con unos adminículos fabricados con los ruleros que les robábamos angelicalmente a nuestras santas madres, globos y bolitas de los árboles a modo de munición pesada.

CAPÍTULO II. LA LOZA
La Loza era –modestamente-, nuestro “Cuartel General”. Situada en un punto estratégico desde el punto de vista geopolítico, era a la vez centro de reunión en los días lluviosos (se llegaron a jugar míticos partidos de bolita), hasta refugio para los que querían guarecerse de los temibles ataques con ruleros. Amén de haber sido una fuente inagotable de una especie de yeso endurecido que usábamos como tiza. Recuerdo, no sin que cierta sonrisa sardónica se dibuje en mis labios, que con aquellas “tizas”, un día dibujamos toda la calle que enfrentaba la casa de “La Tona”. Como esta sujeto se pasaba las mañanas baldeando no solo su vereda sino la calle misma, aquello, literalmente la sacó. Fui corriendo a decirle a mi papá (a la sazón el “tordo” del barrio) que ante nuestra pueril mirada, nos deleitó con un riguroso diagnóstico clínico: “Es una histérica”. Recuerdo esos momentos con lágrimas en los ojos. La loza era también un sitio que se prestaba a las más volátiles imaginaciones. De todo se contaba de aquel lugar. Historias escalofriantes. Siempre incluían a un ser misterioso que moraba su vasta e inexplorada geografía. El lugar de reunión veraniego, en cambio, era la esquina del Tano. Ilustre personaje que se caracterizaba por el trato malsano que le daba a nuestras sufridas pelotas (las de fútbol, se entiende) Si el Tano hablara... Esa esquina, así como la rejita de la casa de Sergio, eran testigos mudos de nuestros delirios metafísicos. Se podrían haber escrito tratados enteros con lo que allí se especulaba. El derroche de ingenio era tremendo. Recuerdo especialmente las historias de ovnis, aparecidos y aventuras de todo tipo. Las teorías, tesis, hipótesis y por qué no decir investigaciones rigurosas que allí se debatían, no tenían nada que envidiar a las que ningún genio de la ciencia ficción hubo soñado jamás.

CAPÍTULO III. LA PUBERTAD
Por supuesto, entrados en la critica etapa en que las hormonas fluyen, Temple fue testigo de nuestros primeros escarceos “voyeuristas”. La filmografía expuesta era espeluznante. Al decir de Juano: “Venían gentes de otros barrios”. Recuerdo con ternura, cómo, luego de aquellas largas proyecciones (tanto en el garaje de Sergio como después en la casa del Papa), se lo veía a Dario, con mirada perdida y apurada, musitar un “me voy a casa a tomar la leche” tras lo que desaparecía de súbito, para verlo reaparecer al rato con ojeras no menos turbias en los ojos pero exhalando una especie de paz en su mirada.
CAPITULO IV. “LAS EPOCAS”
“Era extraño –recuerdo que me oí decir en aquella charla- pero todo parecía darse por épocas en la calle Temple”. Efectivamente, los que allí estaban no podían dejar de acordarse de “las épocas”. Estaba por ejemplo la época del Voley. A alguien se le había ocurrido colgar una soga a través de la calle y a conveniente altura, de modo de hacer las veces de una módica red de voley. Los partidos eran apasionantes. No terminaban nunca. También, en verano, se daban las carreras de bicicletas, en las que un circuito prefijado (habitualmente: Temple>Malabia>Moreno>Pizarro>Temple) era recorrido salvajemente por unas diez bicicletas de todo tipo, que daban vueltas ante la mirada atónita de los vecinos que sin nada mas útil que hacer, observaban divertidos el espontaneo espectáculo callejero. La Legnano de Dario estaba en la punta opuesta a la mía. La de Dario era, digamos una bicicleta estilo “despojado” (entiéndase: no tenia nada, salvo lo mínimo como para que algo pueda llegar a acceder a la categoría: “bicicleta”). En dicha bicicleta Dario se pegó golpes memorables, como aquel contra un camión estacionado que nadie en su sano juicio puede olvidar. Estaba también la época de los juegos propuestos por “el Momi” (apodo que deriva del latín Momia, dada su particular agilidad y gracia de gacela en el juego de pelota). Dichas actividades constituían deportes de alto riesgo, como ajedrez, truco, damas y generala, que encontraban sitio apropiado en el pequeño pallier de la casa de Dani y el Momi, ante la infalible, proverbial y silenciosa vigilancia de Marta. Cabe destacar, sin pretender agotar una lista que podría resultar virtualmente infinita, los partidos de paleta (los disputados entre Juanqui y Pepe duraron mas allá de cualquier época), las carreras de autitos rellenos con masilla y con una cuchara en la punta (en Temple se han escuchado insólitas teorías científicas acerca de la aerodinámica y el peso especifico adecuado para alcanzar la máxima velocidad de dichos bólidos), etc.

CAPITULO V. LOS PERSONAJES
En este capitulo se hace una pequeña reseña, digamos mas bien una viñeta, sobre los personajes que transcurrieron parte de sus vidas en la calle Temple.
El Papa: Llamado así por su hermanita (hoy día no tanto) Nati, quien intentando pronunciar su nombre le decía Papavo (sin entrar en detalles etimológicos, por favor). El Papa era desde épocas inmemoriales “el deambulante”. No se sabía dónde carajo, pero él iba y venía sin cesar. Con sus múltiples actividades permanecía poco tiempo en cualquier sitio. Múltiple desde chiquito, era algo así como el agente de Prensa y Difusión de Temple y aledaños. No jugaba a nada. Eso sí: prestaba atención (aunque no se sabe a qué). Era el que traía las últimas noticias. También podría ser definido como el actualizado. Cualquier cosa que le preguntaras él la sabía y te citaba la fuente, para mas datos (y sin ir mas lejos). Sociable como pocos, era difícil hablar con Gustavo sin que te comentara algo interesante. Por la misma razón a veces resultaba difícil sacártelo de encima. Tenía una especie de metejón con Sergio, al que seguía a sol y sombra como si fueran novios. Eran algo así como el Gordo y el Flaco (Aclaración: Sergio era el flaco). Qué mas se puede decir que no se haya dicho o que sí se haya dicho sobre Johan... Mirabile. Su voz, digna de un contrabajo, era reconocible con los ojos cerrados. Estudioso del piano, su repertorio era espeluznante, destacándose sobre todo su Opus “Le Corrousel” (Trad: La Calesita) que tocaba sin cesar cual organito de infinitas y monótonas variantes. El Papa fue Analista de sistemas, viajante y sucursal londinense de Ramos Mejía.
Sergio (Alias Chunto): Era el del medio de la cuadra, privilegio que compartía con los Mosca y Pepe. Por lo tanto difícilmente estaba ausente de cualquier acontecimiento. Quien quiera recabar datos del barrio, en él los encontrará inesperados y de lo mas divertidos. Eso sí ni se te ocurra pedirle que los escriba. Ni se te ocurra pedirle nada. Se va a olvidar. En el barrio, como dije, su concurrencia era infaltable. Una cosa curiosa era que nunca llegaba tarde. Ahora, después de mucho análisis e investigaciones, llegué a la conclusión de que debía ser porque vivía ahí. Ya desde niño descollaba en su habilidad en construir cosas con el Rasti. Te podía construir lo que te imaginaras. Más tarde, cuando se dedicó a hacer Bailantas lo perdimos. Fue Arquitecto y creativo, sus diseños son difíciles de superar (eso sí: no le pidas que te haga un presupuesto).
Dani Mosca: Era el reflexivo del grupo, algo así como un maestro Zen. Siempre sobrio, tenía al mismo tiempo algo de exótico. Recuerdo cuando nos habló de un grupo de música sueco, de avanzada, que haría llegar su producción al país y que haría historia mas allá de los Beatles y los Rolling Stones juntos. Se trataba de ABBA. (¡Perdón Daniel! ¡Pero lo tenía que poner!) Fue el que nos inició en el Rock Sinfónico de la mano de Genesis y luego con Led Zeppelin y Deep Purple. Junto con Pepe y Sergio formaron una banda musical que tuvo gran éxito (en la cuadra). Iban todos los padres (a pedir que se callen). Se inició en guitarra, y no pasó de ahí. De “los grandes” era el mas maduro. Tal vez porque tenía un hermano menor que no era justamente el colmo de la madurez. Fue el primero que tuvo un Deck para cassettes con sintoamplificador incorporado. (¡FÁ!). Con Sergio/Gustavo competían a ver quién hacia cosas más grandes con el Rasti. Fue memorable la época en que se trataba de hacer el Robot con mas movimientos. Ninguno duraba mas de tres pasos sin hacerse mierda. Fue Arquitecto y Asesor Astrológico.
El Momi: Hermano menor de Dani, fue apodado así por su agilidad en los movimientos, especialmente en el fútbol (la verdad es que este mote justificaba muchas veces los errores de los demás). Al Momi si algo no le gustaba era perder. Recuerdo una vez que, jugando al ping pong, le gané; cuando no tuvo mas argumentos para revertir el resultado, se puso a llorar. Momi era super creativo. No había juego que no conociera. Pero hacía todo lo posible por ganar incluidas las mas absurdas mulas. A pesar de que no le gustaba perder, era realmente habilidoso en los juegos de ingenio y de salón. Fue Arquitecto y Decorador de fino gusto (Ya van tres...¿casualidad?).
Pepe: Deportista como pocos, era difícil que no se enganchara en alguno de los múltiples deportes de Temple. Era uno de los más graciosos, siempre el comentario punzante, ingenioso, mordaz (virtud que heredara de su padre, “el Negro”). Fue el primero que salió a bailar (botitas con tacos). Fue el primero que se puso de novio en serio y el primero en casarse. Fue Médico, hizo guardias.
Dario: Personaje. El antedicho “estilo despojado” de su Legnano se aplicaba también a su persona. Siempre estaba de mal humor. Quejoso y protestón se la pasaba hablando mal de Perón. Sin embargo su corta edad hacía sospechosa semejante experiencia política. Se sospechaba una influencia paterna. Chico accidentado. Golpes sorpresivos y contundentes, cortes profundos y fracturas expuestas eran su sino. En esos momentos hasta casi se lo veía contento. Adicto a los deportes de alto riesgo. Una vez, en la época de los ruleros con globo se apareció con un caño de plomo de un metro y medio que nos dejó a todos boquiabiertos. También se recuerda aquella vez en que jugaba a los autitos con masilla. A estos autitos, les poníamos una cuchara para que se deslizaran mejor. Se clavó la cuchara en el carpo. Otra vez, en su Legnano, que alcanzaba velocidades escalofriantes, miró para el costado no sé qué y se llevó por delante un camión estacionado. Dario era así. Fue Sociólogo, Politicólogo, Filósofo, Pensador, Autodidacta y cualquier cosa para la que no se necesite Título.
Juano: Al decir de Walter: “Es el hijo que toda madre quisiera tener”. Tipo tranquilo, se lo veía llegar siempre en una bicicleta verde que le quedaba grande. Mientras a la hora de la cena, a todos nosotros nos llamaban nuestras madres a grito desgañitado, él se iba presto para no hacer esperar a sus padres. Deportista aplicado y prolijo, su concentración denotaba no el simple juego, la chanza precoz, el lúdico disfrutar infantil, sino la profesionalidad del que hace depender el destino del mundo de una pelota desflecada. Siempre se lo veía con Gustavito. Otro dúo dinámico. No hablaba mucho. Solo lo justo: “esa pelota se fue afuera” era una de sus frases memorables. Tal vez por eso Walter acuñó otra frase en relación a la profesión que luego eligiría Juano: “Es una profesión que no arroja muchas novedades”. Fue Contador. Andinista.
Gustavito: Mote que ligó gracias a Gustavo, para diferenciarlo. También llamado Sewich. El hijo del Tordo. De punta en blanco, llegaba a la calle Temple siempre impecable. Lo triste es que volvía a su casa igual de impecable. Su mamá debía creer que, en vez de ir a jugar a la calle, lo mandaba al club Náutico Hacoaj. Fue el que aportó Emanuelle a aquella memorable Matineé en al garaje de la casa de Sergio. Lo que más sorprendió a todos no fue tanto lo explícito del film sino que “El Respetable Doctor” del barrio tuviera en su poder semejante porquería. Su bicicleta era antológica. Digamos que lo opuesto al estilo “despojado” de la Legnano de Dario. Asiento Banana, Manubrio Bigote, timbre eléctrico, cintitas de colores, lustrado impecable, andar desastroso, velocidad nula. Linda, pero una caca. No se destacaba en ningún deporte en particular, lo que lo transformaba en un excelente aguatero suplente, el titular era Gustavo. Se destacaba (dicen) en los complicados debates sobre si esa luz que pasaba todas las noches a las 23:00 Hs. Era un satélite, una nave espía rusa, una ilusión óptica colectiva o el ovni de las 11. Fue Médico, Psicoanalista.

CAPITULO VI: PARA CONCLUIR
Como dijo el Papa en aquella memorable ocasión: “No sé si una Cátedra, pero al menos un pequeño tratado, no sé.... una esquela, sin ir mas lejos.” Papa se fue lejos, pero lo tenemos cerca. Dani con sus diseños. Sergio con sus casas. Juano con sus números. Walter con sus proyectos. Pepe con sus guardias. Dario con sus lecturas. Gustavo con su psicoanálisis. Los personajes de esta historia tal vez quieran agregar algo a lo ya dicho. Otras versiones son aceptadas, otros recuerdos son posibles. Armar el rompecabezas de nuestra infancia de todos modos no es ya una tarea imprescindible. La amistad a seguido por otros caminos. Nuevos. Y que hoy estemos compartiendo estos recuerdos es un alegrón para todos. Como dijo el Papa en aquella memorable ocasión y ahora más que nunca: “Sin ir mas lejos”.
Gustavo Chuntopolowski

martes, 1 de marzo de 2011

il Bucanero

Ahí nomás, donde empieza San Martín, justo frente a la plazoleta que lleva el nombre del Libertador. Fue justo ahí, donde un par de vecinos decidieron convertirse en socios. Fernando y José alquilaron el local que supo albergar al más grande conglomerado de peluqueros masculinos que conoció Ramos Mejía.
Si hasta le dejaron el mismo nombre. Tanto la decoración del interior como la marquesina eran perfectas para el lugar que se abriría.
Ese lugar ya no podía llamarse de otra manera, y con ese nombre brilló durante más de tres años en la noche ramense: “il bucanero pool” fue un boom en los ochenta.
La amistad de mi familia con la familia de Fernando, sumado a la vecindad que me unía con José, me dio un plus respecto de muchos habitués, bah, a esta altura, quizá ese plus me lo tome yo, lo cierto es que Fernando y José, junto a Diógenes y El Chino hicieron de il Bucanero “el lugar” de Ramos Mejía.
Fue justo en esa época en que Gaona ya no era la misma, su declinación venía sucediendo a pasos agigantados. Las primeras maquinas de video, esas que eran una mesa con un monitor enfocado hacia arriba y cubiertas con una tapa de vidrio, estuvieron en su salón. El Pac Man, Donky Kong, el Gálaga y Mario Broos comenzaron a ser personajes conocidos. El viejo flipper empezaba a quedar de lado.
Diógenes, un impresionante personaje de esos años, comandaba la música y la barra. En esa época, sonaba fuertemente Miguel Abuelo y Zás con Miguel Mateos a la cabeza. En il Bucanero, la noche arrancaba cuando desde los parlantes sonaba la voz de Miguel entonando aquello de “la otra noche te esperé bajo la lluvia mil horas, como un perro”.
Fue tanto el furor del Bucanero en aquellos primeros años de la década del ochenta que para jugar al pool en alguna de sus 6 u 8 mesas, no recuerdo bien, se entregaban turnos, sí, se daban números como cuando uno va a la farmacia y espera que lo llamen. Solía suceder entonces, que por una mesa había que esperar hasta unas dos horas. Los campeonatos de Bola 8 fueron increíbles, casí tanto como las mujeres que paraban todos los sábados en sus mesas. Verdaderas diosas concurrían al Bucanero.
Como les relataba más arriba, la suerte quiso que Fernando, en ese momento casi como un segundo papá, fuera uno de los dueños. Esa circunstancia me permitió, desde tomar fiado hasta por alguna fortuita ausencia, cubrir un lugar en el despacho de tragos en la barra. Valga comentar entonces, la ventaja con la que corrían mis amigos, los de mi barra, Juancito, Andy y el Gordo Dani. Como habrá sido aquello, que uno de ellos recordó en un comentario de otra columna, su paso por el Bucanero.
Visto a la distancia es imposible no reconocer que pibes éramos para el ambiente habitual del Bucanero. Recuerdo especialmente que había una rubia, menudita y especialmente bonita, que nos llevaría unos 5 o 6 años, que nos volvía locos. Era verla llegar y enloquecer. Cuanto la deseamos en aquellos años mozos.
Volviendo al tema de su esplendor, cerca de 1983, supo suceder un acontecimiento dignísimo de destacar en este recuerdo: un sábado, con el boliche a full, abarrotado de gente, desde los que jugaban al pool hasta los que bailaban junto a las mesas, se corto la luz.
Con el boliche a oscuras, los clientes que tenían vehículos reacomodaron los mismos en sentido transversal a la calle, abandonando el clásico estacionamiento paralelo al cordón. Par ser claros, se corto el tránsito de San Martín. Una vez reacomodados, todos prendieron sus luces para iluminar el interior del boliche y seguir disfrutando de la noche. Esa fue una de las mejores noches que se vivió en il bucanero.
En lo personal y como muestra de testimonio de gratitud hacia Fernando, José y Diógenes, quiero manifestar que il bucanero me sirvió para “hacerme más grande”. Fuiste en esos años muy importante. Después de tanta oscuridad, en aquellos primeros años democráticos, resultaste una excelente cueva para empezar, algunos a caminar y para otros para volver a andar. Por ello, vaya desde aquí el recuerdo para il bucanero pool, “él lugar” de Ramos en los ’80.

martes, 11 de enero de 2011

Ateneo Don Bosco hoy

Debe haber sido allá por el año 1999 cuando siendo senador provincial Alberto Balestrini presentó un pedido formal para expropiar el Ateneo Don Bosco de Ramos Mejía. 
Por aquel tiempo una sombra de privatización y emprendimiento comercial cubría al club salesiano.
Pasaron otros tantos años y durante el 2007, el propio Gobernador Scioli junto al Intendente Espinoza, anunciaron la estatización del Ateneo Don Bosco.
La burocracia estatal impidió que el deseo -legítimo- de muchos ramenses se concretara. Apelaciones varias de parte de sus dueños fueron alargando las cosas.
En oportunidad de ese mismo año se exhibió un cartel en el centro de Ramos que comentaba justamente la decisión del Gobierno de recuperar el Ateneo, aunque con una particularidad: daba por recuperado el predio.
Pasaron dos años y los reclamos -légitimos- de los vecinos no se hicieron esperar. Digo lédgítimos porque en el medio hay mucha gente mala leche que jamás confía en nada que provenga del estado, se cual fuera el nivel de este.
Sin embargo, a días de termianr el año 2010, aún sin anuncio oficial -quiero decir: propaganda, el estado municipal deposito e dinero correspondeinte a la expropiación del predio y se hizo del mismo.
Hoy es, por ahora, base de operaciones de la policia comunal, los veteranos de guerra de La Matanza están trabajando en la puesta en condiciones de un sector del mismo, al igual que la Secretaría de Deportes municipal, la que a través del Programa Argentina Trabaja está en plena recuperación del predio trabajando con Cooperativas de Trabajo.
La desidia, el abandono ante el fracaso de una operación millonaria y la rapiña, hicieron del lugar un bosque natural; y de sus edificios, de los que puedo asegurar que no son ruinas, les digo que su recupero llevará mucho tiempo y dinero.
Entre tanto, y después de haber escrito aquella nota que tantas satisfaciiones me diera en el año 2006 y que sirviera de disparador de la memoria para muchos y de la miseria política para otros, volví a entrar al Ateneo.
Uff, como contar en palabras todas las sensaciones que pasaron por mi cuerpo. 
IM-PO-SI-BLE.
Amén de ello, les traje algunas fotos de lo que nos dejó el abandono de más de diez años a manos de sus antiguos dueños. Para los nostálgicos como yo para revivir nuestros recuerdos; y para los que guardan esperanzas como yo, un voto de confianza. El estado puede llegar tarde, pero siempre llega.
 El trampolín, ahora que subi con 46 años, parece mucho más petiso de lo que recordaba
 La parte "honda". Hay especies marinas nadando en sus aguas
 Una vista del tobogan, ¿lo recuerdan?, y al fondo, el baño de la pileta, el solarium y el sector de vestuarios.

 Entrando por el frente, es decir, llegando desde la confiteria
La pileta de los chiquitos y el kiosco de la pileta.
 El buffet de la cancha de pelota paleta. A la derecha, la barra con rejas desde dónde los grandes veían los partidos de pelotaris degustando algunos cinzanos, fernets y vaya a saber que.
 El símbolo olímpico y un pelotari engalanan la entrada a la cancha de pelota paleta
El interior de la cancha: esta impecable, lista para jugar. A la izquierda la reja que relate que se ve desde el buffet.

Así están las canchas de basquet. Una lástima.
 El mostrador de la confitería. Por Dios!, si habre comprado pebetes de salame y queso con Cindor
Otra vista del frente de la confitería.
 Si habran humeado estas parrillas!!
El tinglado sobre Palacios, hoy viven miles de cotorras

Deje dos para el final porque tienen un significado especial.
Esta primera, es la escalera ubicada apenas se entra a la cancha de pelota paleta y va para los pisos superiores. Bueno, ahí con apenas trece años, descubrí el engaño del amor. Que golpe duro al corazón cuando apenas tenías 13 años y te descubrías engañado. 
Vos sabrás, te lo perdiste.
Esta última, porque muchos de mi generación y aún, un poco más chicos, recordarán que subiendo esa escalera, estaba el AMOR.
Seguramente bailaron por primera vez con una niña-mujer, en esos primeros bailes de la adolescencia clubera, club que nos supo albergar cuando despertabamos de nuestra niñez

 Insisto, hay que tener confianza y esperanza.

lunes, 10 de enero de 2011

Club Ateneo de Ramos Mejía, referencia obligada de una generación

Me dijeron que cerró, que el tiempo se detuvo y por un instante todo se volvió blanco y negro. Es que en ese espacio, finito en duración, que se abrió ante mis ojos, el color tiene más que ver con el presente.
No por blanco y negro, el recuerdo que sobreviene a mi memoria, necesariamente debe asociarse con tristeza… pero sí con nostalgia y añoranza.
Mi viejo nunca se destacó por ser un gran deportista, pero un domingo, su único día de descanso, me llevó hasta el Club y con vaya a saber qué pretexto, logro birlar el acceso y me puso, de golpe y por primera vez, en una cancha de fútbol. Cancha que, en rigor de verdad, tenía más que ver con un potrero que con una de ésas que los domingos al mediodía, veía por el viejo canal 7 cuando se transmitían los partidos de reserva y que por supuesto me apasionaban.
Ya no recuerdo cuántos domingos compartimos en ese potrero que daba hacia la calle Cerrito, pero sí, que gracias a esos domingos empezaron mis primeros pasos futboleros, y era ahí donde me convertía en Picki Ferrero, Mané Ponce o Hugo Curioni, y donde también mi viejo se debe haber sentido un émulo del Tanque Roma o del Loco Sánchez, atajando mis primeros botinazos, ejecutados con los viejos botines Sacachispas de lona y goma.
Con el tiempo, el viejo dejó de acompañarme, y yo, que era un pibe todavía, me hice socio el Club, al igual que la mayoría de mis compañeros del séptimo grado .A. de la Escuela 29.
Compartíamos tardes enteras, llegábamos apenas despuntado el mediodía para jugar un desafío futbolero con los chicos del otro séptimo, justa deportiva que por esos años, tuvo espectadoras de lujo: nuestras compañeras, ante las que, por supuesto no podíamos hacer un papelón. No sé a estas alturas, cómo se incorporaron a nuestra rutina futbolera, pero qué lindo era tenerlas a un costado de la cancha, justo en esa época, en la que para ambos, chicas y chicos, comenzaba a crecer esa hermosa necesidad de conectarse y… en ese conectarse, el lago, que aún formaba parte del paisaje encantador del Club, fue testigo de muchos primeros besos, entre los que por supuesto también estuvo mi primer beso. También fue testigo de primeros desengaños, como el que una tarde me tocó descubrir en la cancha cubierta de pelota paleta y me obligó a correr, para ocultar mis lágrimas de las risas de los demás hasta aquella orilla más alejada del lago, la que lindaba con la avenida Palacios.
Qué feo el dolor del primer desengaño, pero que bueno haber tenido al Club como cómplice para poder compartirlo y, en algún punto, darnos cuenta que éramos muchos los que dejamos rodar lágrimas de amor que se confundían con las turbias aguas de la laguna.
En esa ambivalencia entre crecer y seguir siendo niños, esa orilla del lago, la más alejada, también fue la mejor guarida cuando jugábamos a las .escondidas., ya Alejandro Dolina se encargo de desarrollar las reglas de este juego como nadie, pero vale la pena contar que en esas .escondidas. valía todo el Club, y sabido es que normalmente, ante tamaño desafío, el que oficiaba de .buscador. rara vez se alejaba de la .piedra. más allá de diez metros, así que el juego se tornaba aburrido, a no ser que se coincidiera en el escondite con la chica preferida.
Qué inocencia la de los 12 años de la década del setenta, si hasta las travesuras, vistas con ojos de hoy, parecen tonterías, ¡pero, en aquellos años…! En aquellos años había que tener agallas para desprender un bote del amarradero del lago e internarse hasta lo más profundo sin que el cuidador se diera cuenta. Pensar que éramos felices con tan poco.
Rápidamente vienen a mi memoria nombres imborrables, Don Coronel, el viejo Inocencio, José (descubridor de jugadores si los hubo), mis compañeros Marcelo Di Paolo, Marcelo Vodopivec, Maurico Caudullo (todos jugadorazos de fútbol), Gustavo y Roberto cómplices de aventuras; las .nenas. María Cristina Landa, Viviana Herrero, Andrea Guzzetti, Andrea Huarte, Laura Longobucco, .nuestras princesas..
Con el tiempo, ya convertido en categoría .cadete., con carné naranja y todo, se sumaron nuevos amigos, con los que comenzaron los primeros partidos en la cancha grande del Club; fue la época de esplendor del Olimpia, el equipo de mi barrio, el de la esquina de Gobernador Costa y Bolívar, aquel que supo medirse en incontadas tenidas de fútbol con su par representativo del Club, cual clásico Boca-River, y que llegó a tener una discreta actuación en un campeonato del que participaban equipos conformados por hombres que nos doblaban en edad.
El Olimpia vestía camiseta verde-amarilla como la del seleccionado brasileño y, en líneas generales, mantuvo su formación a lo largo del tiempo con muy pocas variantes: íbamos con .Monstruo. (tenía nombre pero siempre lo llamamos así), a veces el .Gordo Boni. y en las últimas épocas con Daniel Cardillo, en el arco.
En el fondo, Andrés López (un pura sangre con sobrado temperamento, un Passarella de barrio); Gustavo Barán (el que cuando iba a los costados ganaba siempre); el fallecido Jorgito Stefani y Alejandro López (en una efímera y olvidable incursión futbolera).
En el medio, haciendo brillar la casaca número ocho, la .gorda. Daniel Dastugue, un jugador diferente (él, fue mi chino Benítez). A su lado, .dos exquisitos., Guillermo López y Marcelo Stingo. En la ofensiva con la siete Juan Carlos Espinoza, toda potencia y entrega, con la nueve el desaparecido Marcelito Blotto y en el ala izquierda con la 11, yo, un oscuro pero rápido wing izquierdo.
Hubieron otros que el Olimpia fue incorporando con el paso del tiempo, por caso Fabio Cardillo, Ariel Vitró y Hernán Gargano.
El equipo del Club tuvo grandes jugadores, licencia que me permito tomar por el paso del tiempo para reconocer a quienes llegaron a ser archirrivales; no recuerdo los nombres de todos sólo de algunos, el gordo Valle, un zaguero que te mataba, Cenci, Killy, Julián y Fabio Ferreira. Colijo a esta altura, que todos los que fueron parte de esos duelos, recordaran aquel partido jugado un día de enero con 39 grados, a las dos de la tarde y al que para poder jugarlo hubo que hacer colar a unos siete u ocho jugadores del Olimpia que no eran socios del Club. ¡Colados! Seguramente ante la mirada cómplice del viejo cuidador Coronel, el de la puerta de Humbolt y Bolívar.
Aquel partido tuvo un agregado especial, una vez finalizado, vaya a saber con qué resultado final, los veintidós jugadores nos colamos a la pileta, cual fraternidad rugbística, para descubrirnos en una nueva oferta que nos brindaba el Club.
Pasamos muchas temporadas de verano disfrutando de esa pileta, eran épocas de vacaciones pobres. En ella, aprendí a nadar, a jugar al verdugo con las ojotas. Con los años, uno de nosotros, Andrés López, llegó a ser guardavidas durante una temporada, que podrían haber sido algunas más de no ser por la intemperancia de un sombrío sacerdote que pasó por la dirección del Club.
De esa vieja competencia futbolera a competir por las chicas hubo un paso, y el Club una vez más fue testigo de esos primeros escarceos amorosos.
Por esos años no existía la matinee, así que la salida quedaba circunscripta a los bailes que se empezaban a realizar en el gimnasio, a los que ya no nos colábamos pero madrugábamos alguna que otra entrada. En aquellos años, los boliches eran sólo para mayores, por lo tanto, esa adrenalina que fluía por todo nuestro cuerpo buscaba en los bailes del Club la compañía femenina que coincidiera con similar carga de adrenalina. Recuerdo la musicalización a cargo de Alejandro Messina o Gustavo Fernández, junto a Norberto Diez.
El devenir de los años y los distintos caminos tomados nos fueron alejando del Club, pero eso poco importa, porque me dijeron que cerró y que su destino es incierto.
Cuando empecé a escribir esta nota, tenía la intención de que fuera denunciativa, pero al avanzar en la escritura, me fui dando cuenta lo mucho que tuviste que ver en nuestras vidas, todo cuanto vivimos en esos años lo compartimos contigo, fuiste testigo mudo de nuestro crecimiento. No soy el más indicado para pedir por vos, te abandoné.
Otros pelean por tu permanencia, a ellos va mi pedido, aunque más no sea, para que no permitan que nuestros recuerdos se conviertan en algo intangible, pasamos demasiados momentos juntos para que desaparezcas, y aunque el mundo este lleno de ignorantes y al decir de Alejandro Dolina, insensibles, sepan que para los que rondamos los cuarenta años, el otrora portentoso Ateneo Familiar Don Bosco supo acompañarnos, y pase lo que pase, essa manzana gigante de Bolívar, Palacios, Cerrito y Humboldt, será por siempre referencia obligada de, por lo menos, mi generación.
Al Ateneo, el ex socio Nº 1872, agradecido y satisfecho.