domingo, 29 de mayo de 2011

Residencial Susan

Como normalmente suele suceder, después de la primavera llega el verano. Lo que voy a relatar sucedió en el verano de 1980. Apenas un año antes, yo había debutado en eso de viajar sólo, sin los viejos, fue un fin de semana en Lobos, en carpa, junto al Chivi y Dani. Pero esta vez, éste verano, estaba decidido a irme a la costa como fuera.
Resulto entonces que cada uno de los pibes de la barra tenía planificada su estadía. Así las cosas, Marcelo se iba con sus padres, como invitado el Chivi y de colado se sumaba Confite. Dani iba a su departamento junto a Betty y Carlos, sus viejos. Por su parte, Andy y Ale, junto a sus hermanas y sus padres tenían colmada la capacidad de su departamento marplatense.
Por lo tanto, había quedado afuera de cualquier posibilidad junto a ellos. Todos en la playa y yo en Ramos, que fastidio, cómo soportar el verano sólo. Una mezcla de abandono y frustración me invadía.
Sucedió entonces lo inesperado, pinto viajar con dos pibes, que si bien no eran de mi barra, eran vecinos del barrio. Fue entonces que partimos, “vía Temperley” desde Plaza Constitución, en clase turista con destino hacia “la feliz”.
Partimos totalmente a la aventura, tal era la cosa, que por las dudas me lleve una carpa que tuve que pedirle prestada al viejo Domínguez, un español republicano amigo de mi abuelo.
Digamos que todo iba medianamente bien, hasta que en el vagón se nos acercaron una par de pibes, que también eran de Ramos, conocidos de vista nomás, que se plegaron a nosotros.
Eran un poco mayores que nosotros, curtían otra onda.
No habíamos llegado aún a Avellaneda y la cosa empezó a complicarse con los guardas, estos pibes no tenían boleto. Imaginen mi posición, recién empezaba a despegarme de la teta de mi vieja, era mi primer viaje sólo y empezaba a fumar para creerme más grande y como si esto fuera poco, con cuatro pibes que apenas conocía, los dos “chanchos” que nos querían hacer bajar del tren –los tres boletos que teníamos, de golpe se habían socializado y ya no se sabía quien era quien- acompañados por un par de policías, que por esos años no se andaban con muchas vueltas.
Para no cansarlos, los cinco llegamos finalmente a Mar del Plata luego de unos mugrosos pesos de cometa que juntamos entre todos para el par de “chanchos” del Roca.

El Budín y nuevas experiencias
Calculo que serían algo así como las siete de la mañana cuando llegamos a la rambla después de caminar derecho por la Avenida Luro desde la estación del tren, y yo, con la carpa al hombro.
El tema es que era la hora de un buen desayuno y si bien tenía plata como para sentarme en un café y pedirme un continental completo, esto dos pibes recienvenidos que les referí, deciden ir a comprar facturas a un almacén y me piden que los acompañe. Menuda e inocente sorpresa la mía cuando la compra devino en un cuento del tío al pobre y viejo almacenero que aún debe estar preguntándose en que momento vendió los budines que faltaban de su escaparate. Todavía recuerdo la corrida por la rambla con los budines debajo de las remeras hasta quedar a buen resguardo.
Después de desayunar, echados ahora en la playa, sería La Perla, cerca de las nueve de la mañana, surgieron de la nada unos cigarrillos poco convencionales, de esos que suelen fumarse en ronda y de los que se trata de no desperdiciar hasta el último milímetro. Me imaginan, al día de hoy, todavía me cuesta a mi verme en esa situación.

El regreso
Para el mediodía, sin un lugar donde parar y sólo, ya que decidí separarme de estos ocasionales compañeros de viaje, abrumado por todo lo vivido, que a ojos de hoy parece un cuento de niños, tome la decisión de volver a casa.
La frustración era terrible, con mi bolso y la carpa al hombro empecé a desandar la peatonal San Martín, buscando la boletería que por aquellos años ferrocarriles argentinos poseía en una de sus cuadras.
Estaba acabado, había llegado a las seis de la mañana y para las doce estaba tratando de emprender el regreso. Ni un día y ya me volvía.

La amistad
Fue justo antes de encontrar la boletería que, desde vaya a saber donde, aparecieron ante mi los pibes de mi barra, los amigos de toda la vida, los mismos que aún conservo a mi lado, los mismo que apiadándose de mí, decidieron acompañarme para buscar un lugar donde pudiera parar, de poco sirvió que les dijera que la plata no me alcanzaba, la vaquita se hizo enseguida, uno agarró la carpa, otro tomo el bolso y ahí nomás salimos en busca de un lugar donde pudiera parar unos días. Hoy y se los aseguro, en ese momento fui el tipo más feliz y mejor contenido de Mar del Plata.
Cuando llegamos a la Catedral, doblamos por Mitre hacia Colón, a poco de andar, apareció un cartel: Residencial Susan decía.
Si mal no recuerdo, fue el Chivi el que negoció la estadía. Sólo había una condición: la “pieza” debía compartirla. Ese compañero de cuarto resultó ser un hombre de unos cincuenta años, albañil, que vivía en el Susan, y del que recuerdo su preocupación por mi juventud. Solía dejarme cigarrillos y procuraba no hacer ruido cuando se iba a trabajar, tipo seis de la mañana.
Pagamos una estadía de tres o cinco días, no recuerdo bien. 


El baño del Susan 
 Estuve a punto de volver de no haber encontrado a mis amigos. Ahora, estaba afincado en una pensión de mala muerte que resultó un cinco estrellas y desde el que pude vivir mi primer veraneo sólo. Eramos pibes que empezábamos a crecer. Pero ellos, los que aún son mis amigos, ese verano, me dieron una muestra que me llevé para siempre sobre la amistad. Esos tres o cinco días solo en la costa y la actitud de ustedes, ocupan en mi vida ESTE lugar, el que desde acá, desde este blog quiero reconocerles. Este recuerdo existe por ustedes: a Pistingo, el Chivi, Confite, Andy, Dani y El Teme, GRACIAS.

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