domingo, 29 de mayo de 2011

Residencial Susan

Como normalmente suele suceder, después de la primavera llega el verano. Lo que voy a relatar sucedió en el verano de 1980. Apenas un año antes, yo había debutado en eso de viajar sólo, sin los viejos, fue un fin de semana en Lobos, en carpa, junto al Chivi y Dani. Pero esta vez, éste verano, estaba decidido a irme a la costa como fuera.
Resulto entonces que cada uno de los pibes de la barra tenía planificada su estadía. Así las cosas, Marcelo se iba con sus padres, como invitado el Chivi y de colado se sumaba Confite. Dani iba a su departamento junto a Betty y Carlos, sus viejos. Por su parte, Andy y Ale, junto a sus hermanas y sus padres tenían colmada la capacidad de su departamento marplatense.
Por lo tanto, había quedado afuera de cualquier posibilidad junto a ellos. Todos en la playa y yo en Ramos, que fastidio, cómo soportar el verano sólo. Una mezcla de abandono y frustración me invadía.
Sucedió entonces lo inesperado, pinto viajar con dos pibes, que si bien no eran de mi barra, eran vecinos del barrio. Fue entonces que partimos, “vía Temperley” desde Plaza Constitución, en clase turista con destino hacia “la feliz”.
Partimos totalmente a la aventura, tal era la cosa, que por las dudas me lleve una carpa que tuve que pedirle prestada al viejo Domínguez, un español republicano amigo de mi abuelo.
Digamos que todo iba medianamente bien, hasta que en el vagón se nos acercaron una par de pibes, que también eran de Ramos, conocidos de vista nomás, que se plegaron a nosotros.
Eran un poco mayores que nosotros, curtían otra onda.
No habíamos llegado aún a Avellaneda y la cosa empezó a complicarse con los guardas, estos pibes no tenían boleto. Imaginen mi posición, recién empezaba a despegarme de la teta de mi vieja, era mi primer viaje sólo y empezaba a fumar para creerme más grande y como si esto fuera poco, con cuatro pibes que apenas conocía, los dos “chanchos” que nos querían hacer bajar del tren –los tres boletos que teníamos, de golpe se habían socializado y ya no se sabía quien era quien- acompañados por un par de policías, que por esos años no se andaban con muchas vueltas.
Para no cansarlos, los cinco llegamos finalmente a Mar del Plata luego de unos mugrosos pesos de cometa que juntamos entre todos para el par de “chanchos” del Roca.

El Budín y nuevas experiencias
Calculo que serían algo así como las siete de la mañana cuando llegamos a la rambla después de caminar derecho por la Avenida Luro desde la estación del tren, y yo, con la carpa al hombro.
El tema es que era la hora de un buen desayuno y si bien tenía plata como para sentarme en un café y pedirme un continental completo, esto dos pibes recienvenidos que les referí, deciden ir a comprar facturas a un almacén y me piden que los acompañe. Menuda e inocente sorpresa la mía cuando la compra devino en un cuento del tío al pobre y viejo almacenero que aún debe estar preguntándose en que momento vendió los budines que faltaban de su escaparate. Todavía recuerdo la corrida por la rambla con los budines debajo de las remeras hasta quedar a buen resguardo.
Después de desayunar, echados ahora en la playa, sería La Perla, cerca de las nueve de la mañana, surgieron de la nada unos cigarrillos poco convencionales, de esos que suelen fumarse en ronda y de los que se trata de no desperdiciar hasta el último milímetro. Me imaginan, al día de hoy, todavía me cuesta a mi verme en esa situación.

El regreso
Para el mediodía, sin un lugar donde parar y sólo, ya que decidí separarme de estos ocasionales compañeros de viaje, abrumado por todo lo vivido, que a ojos de hoy parece un cuento de niños, tome la decisión de volver a casa.
La frustración era terrible, con mi bolso y la carpa al hombro empecé a desandar la peatonal San Martín, buscando la boletería que por aquellos años ferrocarriles argentinos poseía en una de sus cuadras.
Estaba acabado, había llegado a las seis de la mañana y para las doce estaba tratando de emprender el regreso. Ni un día y ya me volvía.

La amistad
Fue justo antes de encontrar la boletería que, desde vaya a saber donde, aparecieron ante mi los pibes de mi barra, los amigos de toda la vida, los mismos que aún conservo a mi lado, los mismo que apiadándose de mí, decidieron acompañarme para buscar un lugar donde pudiera parar, de poco sirvió que les dijera que la plata no me alcanzaba, la vaquita se hizo enseguida, uno agarró la carpa, otro tomo el bolso y ahí nomás salimos en busca de un lugar donde pudiera parar unos días. Hoy y se los aseguro, en ese momento fui el tipo más feliz y mejor contenido de Mar del Plata.
Cuando llegamos a la Catedral, doblamos por Mitre hacia Colón, a poco de andar, apareció un cartel: Residencial Susan decía.
Si mal no recuerdo, fue el Chivi el que negoció la estadía. Sólo había una condición: la “pieza” debía compartirla. Ese compañero de cuarto resultó ser un hombre de unos cincuenta años, albañil, que vivía en el Susan, y del que recuerdo su preocupación por mi juventud. Solía dejarme cigarrillos y procuraba no hacer ruido cuando se iba a trabajar, tipo seis de la mañana.
Pagamos una estadía de tres o cinco días, no recuerdo bien. 


El baño del Susan 
 Estuve a punto de volver de no haber encontrado a mis amigos. Ahora, estaba afincado en una pensión de mala muerte que resultó un cinco estrellas y desde el que pude vivir mi primer veraneo sólo. Eramos pibes que empezábamos a crecer. Pero ellos, los que aún son mis amigos, ese verano, me dieron una muestra que me llevé para siempre sobre la amistad. Esos tres o cinco días solo en la costa y la actitud de ustedes, ocupan en mi vida ESTE lugar, el que desde acá, desde este blog quiero reconocerles. Este recuerdo existe por ustedes: a Pistingo, el Chivi, Confite, Andy, Dani y El Teme, GRACIAS.

domingo, 22 de mayo de 2011

Mayo, un mes de sangre derramada

Adaptación de un escrito de Osvaldo Wehbe

Mayo, un mes significativo si los hay. Un 22 de mayo se produjo el Cabildo Abierto. Un pueblo se manifestaba y quería saber de que se trataba. Ese 22 de mayo no fue tan sangriento como otros que hoy voy a recordar.

Ciertamente, hubo un 22 de mayo de mucha sangre, fue el de 1976, época de sangre en la argentina. Muy lejos, en Johannesburgo, Víctor Galíndez, un hombre al que no lo abrazo el cariño de las multitudes que amaron a Nicolino, pero al que, si lo mas selecto del deporte nacional, se lo pudiera condensar en un álbum de imágenes, la de él, contándole los diez del nocaut a Richie Kates, figuraría en esa colección.

Su sangre de guerrero derramada en la camisa del arbitro Stanley Christodoulou
, y un coraje sin par, exigió de Ricardo Arias, por radio splendid, uno de los relatos más fabulosos que yo haya escuchado en la radiofonía argentina, similar al de barrilete cósmico de Víctor Hugo.

Ese día los argentinos vimos sangre. Sangre real, en vivo y en directo, la misma sangre que también era derramada por muchos compatriotas en otro tipo de ringside. Pero hubo otra sangre que no pudimos ver, pero imaginamos al mediodía de ese mismo 22 de mayo cuando nos enterábamos, otra vez por la radio, de la muerte de Oscar Ringo Bonavena.

Un nene grande, el mismo que al salir de un cine en EEUU donde había concurrido a ver una pelea, al encontrarse a la salida con Cassius Clay, al que luego de llenarlo de halagos del tipo, vos sos el más lindo, sos el preferido, sos el mejor, le prometió partirle la cara cuando lo agarrara. Ese Ringo, hizo famosos los ñoquis de Doña Dominga y llegó a compartir cartel con Zulma Faiad en una incursión revisteril.

Moría ese 22 de mayo en la lejana ciudad de Reno, en Nevada, a manos de nombres desconocidos, Sally y Joe Conforte.

Como no evocar hoy esas noches del luna y sus combates con el Goyo Peralta.

Ese 22 de mayo de 1976 no pudimos ver su sangre, ese mismo día el pueblo no sabia que se trataba y que le tocaría vivir a la argentina.

Oscar Ringo Bonavena combatió contra cuatro campeones del mundo, lo hizo tambalear a Clay, aunque éste no le pudo hacer besar la lona, recibiéndose ese día de campeón sin corona.

Ringo fue el más cajetilla de todos los boxeadores y Víctor Galíndez el más guapo. Por la sangre derramada por ellos ese 22 de mayo vaya desde aquí, mi pequeño homenaje.



RINGO CONFESABA ALLA POR 1973 QUE POSEIA
12 DEPARTAMENTOS
1 MERCEDES BENZ 280
1 BATA EGIPCIA DE U$S 80
1 TAPADO DE PIEL DE POTRILLO DE U$S 700
1 VALIJA LANIN DE U$S 300
1 ANILLO DE JOYERIA BURTON U$S 600
1 CAPA CARDIN DE U$S 150
35 TRAJES
300 CAMISAS
45 REMERAS
2 ROLEX , 1 DE ORO BLANCO CON CRISTAL TALLADO Y OTRO DE ORO AMARILLO
2 ENCENDEDORES, 1 DUNHILL DE ORO Y OTRO CARTIER
ACERTO 9 TERCERAS DOCENAS SEGUIDAS EMBOLSANDO 7 MILLONES DE AQUEL AÑO. LE GANO Y DEJO SECO EN UN VIAJE DE AVION A EDWARD KENNEDY DESPUÉS DE UNA PARTIDA DE TRUCO

sábado, 21 de mayo de 2011

La otra Susana Romero

Susana Romero es una voluptuosa y conocida actriz que supo brillar en la década del ochenta acompañando al queridísimo Alberto "negro" Olmedo.

Sin embargo, para un grupo de hombres y mujeres que han pasado la barrera de los cuarenta años y que en el albor de la década del setenta compartieron un aula en la querida Escuela Nº 29 Sgto. Cabral de Oncativo 250, Susana Romero fue la "Señorita Susana".

Susana fue quien tuvo la responsabilidad de suplantar a todas las mamás cuando ese primer día de clases, todas ellas nos soltaron por primera vez la mano.
Muchas/os lloraban, otras/os no hablaban, algunas/os sufrían dolores inesperados, todas las manifestaciones eran válidas para poder "escapar" de esa señora desconocida, que como si fuera poco, vestía guardapolvo blanco (ese mismo que cuando uno aún es niño identifica con el médico) y que parecía mayor que nuestra madre.


Sin embargo, esa mujer, Susana, jamás será olvidada por quien esto escribe. Ella y sólo ella, nadie más pudo haber ocupado ese lugar. Ella logró que todas las mañanas durante dos años, dejáramos a nuestra madres en la puerta de la escuela con alegría y sin ese sentimiento primero de abandono que sufrimos ese primer día de clases.

Héctor "el triste" Gagliardi, fue un poeta del arrabal, tanguero acérrimo y decidor como muy pocos, le dedicó una poesía a su maestra de cuarto grado. Creo que es una pieza literaria difícil de superar, así que los invito a escucharlo para después, seguir recordando a Susana, ahí va:

A diferencia del relato de Héctor, no tengo recuerdo de alguna ausencia durante los dos años que Susana acompaño nuestro crecimiento. Ella tuvo la virtud de ocuparse de manera personal de cada uno de sus alumnos, cada uno de nosotros era un poco dueño de Susana, como bien dice Fabiana:

"Mi 1er. grado en la 29 fue problemático, lloraba mucho no quería quedarme en el cole y mi mamá no sabía que hacer!!!
La srita Susana, un sol !!! Para mi en aquel momento era como una abuela, me sentaba a su lado y me daba su té para que tomara y me calmara!!!, yo ponía el pretexto que me dolía la panza para que mi mamá me llevara a casa pero ella con su té mágico hacía que los dolores se esfumaran!!!!!! Jamás olvidaré eso ... que paciencia me tuvo"

Los primeros palotes, esas raras letras jeroglíficas, los fósforos sin cabeza en paquetitos de a diez para aprender a contar, el recorte de figuritas escolares y el marco en cartón forrado en lana para pegar en el cuaderno, el papel glacé doblado para fabricar un marco y colocar la figu adentro, el no dibujara los próceres porque estaba prohibido, todo eso nos enseño Susana.



Quedarme en eso sería como poco, a la distancia puedo evaluar que ella nos enseño el amor al laburo, a involucrarnos y participar, Susana me inculcó el sentido del deber y la conducta.

 Ese primer día fue bastante duro, esa cosa medio pendenciera que aún me dura me viene desde muy pibito.. les decía que ese primer día volví a casa con mi primer mala nota, han pasado 25 años, pero ese "No debe jugar con el puntero" escrito en el cuaderno, todavía me acompaña.

Doy gracias de esa nota. Casi que me siento orgulloso por ese llamado de atención. Jamás se le hubiera ocurrido a mi vieja cuestionar una indicación de la Maestra. Cuánto han cambiado los tiempos, hoy un padre recurre a la justicia para que su hijo apruebe.

Que suerte la nuestra, haber sido educados con otra escala de valores, escala en la que la palabra del docente no estaba en discusión. Todos somos un poco culpables. No es fácil la tarea, como nunca lo fue, aunque de algo estoy seguro, voy a luchar abrazo partido para que mis hijos, que viven este tiempo, entiendan y acepten que las cosas son un poco diferentes, que muchos no hacen razón, que lo aparentemente normal no lo es tanto, que si la maestra comete un error, habrá que corregirlo sin desautorizarla, que por algo ella está frente a un aula.

 En fin, me fui un poco de tema, por eso, cerrando, Susana Romero, a quien tuve la fortuna de volver a encontrar alguna vez, ya muy viejita, esa misma abuela que me recordó con sólo verme, demostrándome una vez más que lo suyo no era casual, sino un compromiso militante con su profesión y con la vida, Gracias

Gracias por haber suplido a quien resulta ser irreemplazable. Que suerte que estuvieras en ese momento junto a nosotros, por el rescate y la memoria:



Todos de pie junto al banco, con voz clara y alta, pronunciemos ese "Buenos días Señorita Su

martes, 17 de mayo de 2011

Alguin tenia que animarse a escribir sobre la calle Temple

Nadie sabía muy bien como había comenzado todo aquello. Siempre charlábamos de esas cosas entre nosotros, en la vereda de la esquina de Temple y Cisneros. Ahora, después de muchos años, pienso que el nombre de aquella calle, de alguna manera, determinó nuestros destinos. -.“La “Avenida” Temple... así debería comenzar toda reflexión seria sobre un fenómeno no bien estudiado en nuestra comunidad científica.” Así comenzó el “Papa” su alocución aquella madrugada en el bar de la esquina. “Avenida” era el nombre que, entre nosotros, le dábamos a la calle Temple del barrio Don Bosco de Ramos Mejía. “Avenida”, porque si bien era una calle (de morondanga, por otra parte) en ciertos momentos, misteriosamente, se poblaba de un tráfico intenso que hacía imposible, por ejemplo, jugar a la pelota (tal vez fuera mas correcto hablar de “jugar al fútbol”, pero eso ya sería mucho decir). Quiero decir, señor lector, a ver si me explico, que la citada calle, en medio de un picado, se veía, no misteriosamente como dije antes; mas bien sistemáticamente, interrumpido por un tráfico insospechadamente fluido a una hora en que era imposible que alguien pasara por allí con algún propósito serio. “Quiero decir –continuó el Papa -, que eso es digno de estudio y me llama poderosamente la atención, que nadie haya dedicado, no digo un libro, un tratado ecuménico o una enciclopedia, mucho menos una cátedra, sino un simple “paper”, al fenómeno físico expuesto... sin ir mas lejos” Las alocuciones del papa siempre terminaban con aquella célebre frase: “Sin ir mas lejos”. Eso se producía sistemáticamente, como el tráfico de la calle Temple. Si bien la calle Temple (o Avenida, como se quiera), tenía mucho que ver con esta historia, la cuestión de la calle no tenía que ver tanto con el carácter de la misma sino con su propio nombre, a saber: Temple. Dije que el nombre de aquella calle había sellado nuestros destinos. Y alguien tenía que animarse a escribir esa historia. No se piense el lector que me considero valiente por ello. Y si alguien se admira de mi osadía, piense que han pasado muchos años. Los suficientes como para exorcizar algunos fantasmas que me he encargado de analizar en un diván (el de mi analista) durante mas de 10 años. Digamos que me mueve “el espíritu científico”, como dijo el Papa en aquella memorable ocasión.


CAPITULO I. Eramos chicos buenos.
Claro... nosotros jugábamos a la pelota. Se trataba de picados en los que los equipos en cuestión eran, a saber: A) Los grandes B) Los chicos A veces era difícil decidir quién pertenecía a cada cual. Mas esto rara vez generaba conflicto. Salvo, claro, en el caso de buenos jugadores (por ej.: Juano o Dario) por los que se disputaban tanto grandes como chicos. No era mi caso. Recuerdo que jugaba frecuentemente abajo (posición defensora) cerca de Sergio que cuidaba el arco con celo y pasión. “Chunto” era su apodo. Como yo siempre jugaba cerca de él un día me bautizaron “Chuntopolowski” Cada tanto, pero inquietantemente, alguien gritaba: “AUTOOOOO!!!!!” lo que indicaba, sin mediar explicación, que si no te corrías, te pisaban. Los resultados eran desparejos (no en el pisado, sino en los partidos). Marta, la mamá de Dani y Walter, desde el pallier de su casa, vigilaba atenta. No se sabía qué, pero ella siempre miraba. Nadie que haya vivido aquella época puede olvidar que un poco el fundador de todo aquello había sido el mítico “Horquio”, que vivía al lado de lo de Sergio. Recuerdo que mi mamá me llevó de la mano porque le habían dicho que allí jugaban “los chicos del barrio”. Después de un rato de estar allí algunos miraban con recelo la mano de mi mamá que no me soltaba. Creo que ella se dio cuenta y se fue. Horquio me invitó a jugar con ellos. Se trataba de algo así como “quién saltaba mas lejos” en el estrecho jardín del frente de su casa. Desde ese inocente juego, pasamos a otros un poco más agresivos, digamos, hasta llegar a la franca guerra encarnizada con unos adminículos fabricados con los ruleros que les robábamos angelicalmente a nuestras santas madres, globos y bolitas de los árboles a modo de munición pesada.

CAPÍTULO II. LA LOZA
La Loza era –modestamente-, nuestro “Cuartel General”. Situada en un punto estratégico desde el punto de vista geopolítico, era a la vez centro de reunión en los días lluviosos (se llegaron a jugar míticos partidos de bolita), hasta refugio para los que querían guarecerse de los temibles ataques con ruleros. Amén de haber sido una fuente inagotable de una especie de yeso endurecido que usábamos como tiza. Recuerdo, no sin que cierta sonrisa sardónica se dibuje en mis labios, que con aquellas “tizas”, un día dibujamos toda la calle que enfrentaba la casa de “La Tona”. Como esta sujeto se pasaba las mañanas baldeando no solo su vereda sino la calle misma, aquello, literalmente la sacó. Fui corriendo a decirle a mi papá (a la sazón el “tordo” del barrio) que ante nuestra pueril mirada, nos deleitó con un riguroso diagnóstico clínico: “Es una histérica”. Recuerdo esos momentos con lágrimas en los ojos. La loza era también un sitio que se prestaba a las más volátiles imaginaciones. De todo se contaba de aquel lugar. Historias escalofriantes. Siempre incluían a un ser misterioso que moraba su vasta e inexplorada geografía. El lugar de reunión veraniego, en cambio, era la esquina del Tano. Ilustre personaje que se caracterizaba por el trato malsano que le daba a nuestras sufridas pelotas (las de fútbol, se entiende) Si el Tano hablara... Esa esquina, así como la rejita de la casa de Sergio, eran testigos mudos de nuestros delirios metafísicos. Se podrían haber escrito tratados enteros con lo que allí se especulaba. El derroche de ingenio era tremendo. Recuerdo especialmente las historias de ovnis, aparecidos y aventuras de todo tipo. Las teorías, tesis, hipótesis y por qué no decir investigaciones rigurosas que allí se debatían, no tenían nada que envidiar a las que ningún genio de la ciencia ficción hubo soñado jamás.

CAPÍTULO III. LA PUBERTAD
Por supuesto, entrados en la critica etapa en que las hormonas fluyen, Temple fue testigo de nuestros primeros escarceos “voyeuristas”. La filmografía expuesta era espeluznante. Al decir de Juano: “Venían gentes de otros barrios”. Recuerdo con ternura, cómo, luego de aquellas largas proyecciones (tanto en el garaje de Sergio como después en la casa del Papa), se lo veía a Dario, con mirada perdida y apurada, musitar un “me voy a casa a tomar la leche” tras lo que desaparecía de súbito, para verlo reaparecer al rato con ojeras no menos turbias en los ojos pero exhalando una especie de paz en su mirada.
CAPITULO IV. “LAS EPOCAS”
“Era extraño –recuerdo que me oí decir en aquella charla- pero todo parecía darse por épocas en la calle Temple”. Efectivamente, los que allí estaban no podían dejar de acordarse de “las épocas”. Estaba por ejemplo la época del Voley. A alguien se le había ocurrido colgar una soga a través de la calle y a conveniente altura, de modo de hacer las veces de una módica red de voley. Los partidos eran apasionantes. No terminaban nunca. También, en verano, se daban las carreras de bicicletas, en las que un circuito prefijado (habitualmente: Temple>Malabia>Moreno>Pizarro>Temple) era recorrido salvajemente por unas diez bicicletas de todo tipo, que daban vueltas ante la mirada atónita de los vecinos que sin nada mas útil que hacer, observaban divertidos el espontaneo espectáculo callejero. La Legnano de Dario estaba en la punta opuesta a la mía. La de Dario era, digamos una bicicleta estilo “despojado” (entiéndase: no tenia nada, salvo lo mínimo como para que algo pueda llegar a acceder a la categoría: “bicicleta”). En dicha bicicleta Dario se pegó golpes memorables, como aquel contra un camión estacionado que nadie en su sano juicio puede olvidar. Estaba también la época de los juegos propuestos por “el Momi” (apodo que deriva del latín Momia, dada su particular agilidad y gracia de gacela en el juego de pelota). Dichas actividades constituían deportes de alto riesgo, como ajedrez, truco, damas y generala, que encontraban sitio apropiado en el pequeño pallier de la casa de Dani y el Momi, ante la infalible, proverbial y silenciosa vigilancia de Marta. Cabe destacar, sin pretender agotar una lista que podría resultar virtualmente infinita, los partidos de paleta (los disputados entre Juanqui y Pepe duraron mas allá de cualquier época), las carreras de autitos rellenos con masilla y con una cuchara en la punta (en Temple se han escuchado insólitas teorías científicas acerca de la aerodinámica y el peso especifico adecuado para alcanzar la máxima velocidad de dichos bólidos), etc.

CAPITULO V. LOS PERSONAJES
En este capitulo se hace una pequeña reseña, digamos mas bien una viñeta, sobre los personajes que transcurrieron parte de sus vidas en la calle Temple.
El Papa: Llamado así por su hermanita (hoy día no tanto) Nati, quien intentando pronunciar su nombre le decía Papavo (sin entrar en detalles etimológicos, por favor). El Papa era desde épocas inmemoriales “el deambulante”. No se sabía dónde carajo, pero él iba y venía sin cesar. Con sus múltiples actividades permanecía poco tiempo en cualquier sitio. Múltiple desde chiquito, era algo así como el agente de Prensa y Difusión de Temple y aledaños. No jugaba a nada. Eso sí: prestaba atención (aunque no se sabe a qué). Era el que traía las últimas noticias. También podría ser definido como el actualizado. Cualquier cosa que le preguntaras él la sabía y te citaba la fuente, para mas datos (y sin ir mas lejos). Sociable como pocos, era difícil hablar con Gustavo sin que te comentara algo interesante. Por la misma razón a veces resultaba difícil sacártelo de encima. Tenía una especie de metejón con Sergio, al que seguía a sol y sombra como si fueran novios. Eran algo así como el Gordo y el Flaco (Aclaración: Sergio era el flaco). Qué mas se puede decir que no se haya dicho o que sí se haya dicho sobre Johan... Mirabile. Su voz, digna de un contrabajo, era reconocible con los ojos cerrados. Estudioso del piano, su repertorio era espeluznante, destacándose sobre todo su Opus “Le Corrousel” (Trad: La Calesita) que tocaba sin cesar cual organito de infinitas y monótonas variantes. El Papa fue Analista de sistemas, viajante y sucursal londinense de Ramos Mejía.
Sergio (Alias Chunto): Era el del medio de la cuadra, privilegio que compartía con los Mosca y Pepe. Por lo tanto difícilmente estaba ausente de cualquier acontecimiento. Quien quiera recabar datos del barrio, en él los encontrará inesperados y de lo mas divertidos. Eso sí ni se te ocurra pedirle que los escriba. Ni se te ocurra pedirle nada. Se va a olvidar. En el barrio, como dije, su concurrencia era infaltable. Una cosa curiosa era que nunca llegaba tarde. Ahora, después de mucho análisis e investigaciones, llegué a la conclusión de que debía ser porque vivía ahí. Ya desde niño descollaba en su habilidad en construir cosas con el Rasti. Te podía construir lo que te imaginaras. Más tarde, cuando se dedicó a hacer Bailantas lo perdimos. Fue Arquitecto y creativo, sus diseños son difíciles de superar (eso sí: no le pidas que te haga un presupuesto).
Dani Mosca: Era el reflexivo del grupo, algo así como un maestro Zen. Siempre sobrio, tenía al mismo tiempo algo de exótico. Recuerdo cuando nos habló de un grupo de música sueco, de avanzada, que haría llegar su producción al país y que haría historia mas allá de los Beatles y los Rolling Stones juntos. Se trataba de ABBA. (¡Perdón Daniel! ¡Pero lo tenía que poner!) Fue el que nos inició en el Rock Sinfónico de la mano de Genesis y luego con Led Zeppelin y Deep Purple. Junto con Pepe y Sergio formaron una banda musical que tuvo gran éxito (en la cuadra). Iban todos los padres (a pedir que se callen). Se inició en guitarra, y no pasó de ahí. De “los grandes” era el mas maduro. Tal vez porque tenía un hermano menor que no era justamente el colmo de la madurez. Fue el primero que tuvo un Deck para cassettes con sintoamplificador incorporado. (¡FÁ!). Con Sergio/Gustavo competían a ver quién hacia cosas más grandes con el Rasti. Fue memorable la época en que se trataba de hacer el Robot con mas movimientos. Ninguno duraba mas de tres pasos sin hacerse mierda. Fue Arquitecto y Asesor Astrológico.
El Momi: Hermano menor de Dani, fue apodado así por su agilidad en los movimientos, especialmente en el fútbol (la verdad es que este mote justificaba muchas veces los errores de los demás). Al Momi si algo no le gustaba era perder. Recuerdo una vez que, jugando al ping pong, le gané; cuando no tuvo mas argumentos para revertir el resultado, se puso a llorar. Momi era super creativo. No había juego que no conociera. Pero hacía todo lo posible por ganar incluidas las mas absurdas mulas. A pesar de que no le gustaba perder, era realmente habilidoso en los juegos de ingenio y de salón. Fue Arquitecto y Decorador de fino gusto (Ya van tres...¿casualidad?).
Pepe: Deportista como pocos, era difícil que no se enganchara en alguno de los múltiples deportes de Temple. Era uno de los más graciosos, siempre el comentario punzante, ingenioso, mordaz (virtud que heredara de su padre, “el Negro”). Fue el primero que salió a bailar (botitas con tacos). Fue el primero que se puso de novio en serio y el primero en casarse. Fue Médico, hizo guardias.
Dario: Personaje. El antedicho “estilo despojado” de su Legnano se aplicaba también a su persona. Siempre estaba de mal humor. Quejoso y protestón se la pasaba hablando mal de Perón. Sin embargo su corta edad hacía sospechosa semejante experiencia política. Se sospechaba una influencia paterna. Chico accidentado. Golpes sorpresivos y contundentes, cortes profundos y fracturas expuestas eran su sino. En esos momentos hasta casi se lo veía contento. Adicto a los deportes de alto riesgo. Una vez, en la época de los ruleros con globo se apareció con un caño de plomo de un metro y medio que nos dejó a todos boquiabiertos. También se recuerda aquella vez en que jugaba a los autitos con masilla. A estos autitos, les poníamos una cuchara para que se deslizaran mejor. Se clavó la cuchara en el carpo. Otra vez, en su Legnano, que alcanzaba velocidades escalofriantes, miró para el costado no sé qué y se llevó por delante un camión estacionado. Dario era así. Fue Sociólogo, Politicólogo, Filósofo, Pensador, Autodidacta y cualquier cosa para la que no se necesite Título.
Juano: Al decir de Walter: “Es el hijo que toda madre quisiera tener”. Tipo tranquilo, se lo veía llegar siempre en una bicicleta verde que le quedaba grande. Mientras a la hora de la cena, a todos nosotros nos llamaban nuestras madres a grito desgañitado, él se iba presto para no hacer esperar a sus padres. Deportista aplicado y prolijo, su concentración denotaba no el simple juego, la chanza precoz, el lúdico disfrutar infantil, sino la profesionalidad del que hace depender el destino del mundo de una pelota desflecada. Siempre se lo veía con Gustavito. Otro dúo dinámico. No hablaba mucho. Solo lo justo: “esa pelota se fue afuera” era una de sus frases memorables. Tal vez por eso Walter acuñó otra frase en relación a la profesión que luego eligiría Juano: “Es una profesión que no arroja muchas novedades”. Fue Contador. Andinista.
Gustavito: Mote que ligó gracias a Gustavo, para diferenciarlo. También llamado Sewich. El hijo del Tordo. De punta en blanco, llegaba a la calle Temple siempre impecable. Lo triste es que volvía a su casa igual de impecable. Su mamá debía creer que, en vez de ir a jugar a la calle, lo mandaba al club Náutico Hacoaj. Fue el que aportó Emanuelle a aquella memorable Matineé en al garaje de la casa de Sergio. Lo que más sorprendió a todos no fue tanto lo explícito del film sino que “El Respetable Doctor” del barrio tuviera en su poder semejante porquería. Su bicicleta era antológica. Digamos que lo opuesto al estilo “despojado” de la Legnano de Dario. Asiento Banana, Manubrio Bigote, timbre eléctrico, cintitas de colores, lustrado impecable, andar desastroso, velocidad nula. Linda, pero una caca. No se destacaba en ningún deporte en particular, lo que lo transformaba en un excelente aguatero suplente, el titular era Gustavo. Se destacaba (dicen) en los complicados debates sobre si esa luz que pasaba todas las noches a las 23:00 Hs. Era un satélite, una nave espía rusa, una ilusión óptica colectiva o el ovni de las 11. Fue Médico, Psicoanalista.

CAPITULO VI: PARA CONCLUIR
Como dijo el Papa en aquella memorable ocasión: “No sé si una Cátedra, pero al menos un pequeño tratado, no sé.... una esquela, sin ir mas lejos.” Papa se fue lejos, pero lo tenemos cerca. Dani con sus diseños. Sergio con sus casas. Juano con sus números. Walter con sus proyectos. Pepe con sus guardias. Dario con sus lecturas. Gustavo con su psicoanálisis. Los personajes de esta historia tal vez quieran agregar algo a lo ya dicho. Otras versiones son aceptadas, otros recuerdos son posibles. Armar el rompecabezas de nuestra infancia de todos modos no es ya una tarea imprescindible. La amistad a seguido por otros caminos. Nuevos. Y que hoy estemos compartiendo estos recuerdos es un alegrón para todos. Como dijo el Papa en aquella memorable ocasión y ahora más que nunca: “Sin ir mas lejos”.
Gustavo Chuntopolowski