jueves, 1 de marzo de 2012

Dos ambientes para once

Los primeros en llegar, creo recordar, fueron Mingo y Pepe. Era obvio, uno de ellos era el dueño del departamento.
White, Larry y Condorito salieron a dedo. En el cruce de Etcheverry, los levantó una camioneta que los depositó en Dolores. Aprovecharon la rapidez en llegar a la mitad del camino, para desayunar en el viejo parador Atalaya.
Durante ese desayuno, escuchaban como un niño le refería a su padre que al costado de la ruta, pegado al guarda rail había un hombre desaliñado, durmiendo con aspecto de vagabundo. No le dieron importancia.
Con el estomago lleno, emprendieron la caminata por la Ruta 63, esperando ser levantados por algún alma complaciente.
Nunca deben haber pensado que esa ruta la tuvieran que caminar entera, es decir, los treinta kilómetros que abarca entre Dolores y la Esquina de Crotto. Nadie los levantó.
Llegaron al “anochecer de un día agitado”. Se refugiaron en la parada de ómnibus que estaba frente a la caminera de la policía de la provincia de Buenos Aires, esa misma donde suelen exhibir vehículos “estrolados”.
Debo decir que el trío de caminantes estaba bastante exhausto. Larry tuvo la idea de pedir a la policía alojamiento, la respuesta fue tajante: “Sr., en una dependencia policial no se puede albergar gente, buenas noches”, portazo final.
Claro, corría el año 1982, post Malvinas y aún conservaban cierta cuota de arrogancia y poder, aunque paulatinamente se les fuera arrebatada por el pueblo al recuperar la democracia un año después.
Ese portazo final, echo a Larry como un perro y con los perros, ya que los tipos liberaron a un par de canes bastantes famélicos que rodearon la “parada-refugio-hospedaje” obligándolos a permanecer de pie sobre las sentaderas del refugio.
A eso se le sumo que White cayó en un tremendo estado gripal repentino, súbita temperatura, convulsiones y espasmos. El frío se apoderó de él. Larry y Condorito lo rodearon y arroparon con sus propios cuerpos. Así se quedaron dormidos y pasaron la, hasta ese momento, “peor noche de su vida”.
Al despertarse, con las primeras luces del alba, White había mejorado ostensiblemente, así que luego del trajín del día anterior decidieron tomar el Río de La Plata para cubrir los algo más de cien kilómetros que le quedaban por delante.
Fueron veinticuatro horas las que tardaron para cubrir unos trescientos cincuenta kilómetros.
Cuando finalmente llegaron al departamento, ya estaban Mingo y Pepe, más "El Topo", Moreta y Piraña, cinco que con ellos completaban ocho.

Acá va un fe de erratas, cometí un error imperdonable durante el tipeo original, me comí incluir al Topo, quien se sintió olvidado y defraudado, por eso, vayan mis disculpas, Topo, perdón, pero agarrate que se viene tu capítulo.
Cuando nuestros tres caminantes escucharon aquella conversación del niño en Atalaya, nunca pensaron que el pibe se refería a uno de los suyos, es que cuando Melena llegó les describió ese descanso que se había tomado, concluyendo entonces que el “desaliñado y vagabundo” era sin dudas el flaco Melena.
Van sumando? Ya son nueve.
Los últimos en llegar fueron Hulk y Corcho. Estamos en once.
Esta suerte de recopilación, permite a ustedes, caros lectores comprender el título de la entrada de hoy: “un dos ambiente para once”. Porque es la característica del departamento que Mingo ofreció para pasar ese fin de semana.
La pasaron bien, eran los últimos días de una aventura que había arrancado tres años atrás cuando el “Delpini” los juntó. Ahora, comenzaban a caminar los últimos tramos de la adolescencia, pronto, “el Delpini” les abriría las puertas para enfrentar al mundo.
No hay un recuerdo preciso de la vuelta, del regreso a casa, pero si de cómo se acomodaron para dormir, en el piso por supuesto: a las puertas del dormitorio, en el pasillo hacia el otro y único ambiente, la humanidad de Hulk y el resto esparcidos, hasta debajo de la mesa del comedor. Ah, vaya también una referencia hacia las pizzas de Mingo del sábado a la noche, ¡buenísimas!
Lo mejor de ese fin de semana de “once para un dos ambientes”, fue haberlo vivido con ustedes, tanto como el hecho de haber crecido juntos.

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