martes, 17 de mayo de 2011

Alguin tenia que animarse a escribir sobre la calle Temple

Nadie sabía muy bien como había comenzado todo aquello. Siempre charlábamos de esas cosas entre nosotros, en la vereda de la esquina de Temple y Cisneros. Ahora, después de muchos años, pienso que el nombre de aquella calle, de alguna manera, determinó nuestros destinos. -.“La “Avenida” Temple... así debería comenzar toda reflexión seria sobre un fenómeno no bien estudiado en nuestra comunidad científica.” Así comenzó el “Papa” su alocución aquella madrugada en el bar de la esquina. “Avenida” era el nombre que, entre nosotros, le dábamos a la calle Temple del barrio Don Bosco de Ramos Mejía. “Avenida”, porque si bien era una calle (de morondanga, por otra parte) en ciertos momentos, misteriosamente, se poblaba de un tráfico intenso que hacía imposible, por ejemplo, jugar a la pelota (tal vez fuera mas correcto hablar de “jugar al fútbol”, pero eso ya sería mucho decir). Quiero decir, señor lector, a ver si me explico, que la citada calle, en medio de un picado, se veía, no misteriosamente como dije antes; mas bien sistemáticamente, interrumpido por un tráfico insospechadamente fluido a una hora en que era imposible que alguien pasara por allí con algún propósito serio. “Quiero decir –continuó el Papa -, que eso es digno de estudio y me llama poderosamente la atención, que nadie haya dedicado, no digo un libro, un tratado ecuménico o una enciclopedia, mucho menos una cátedra, sino un simple “paper”, al fenómeno físico expuesto... sin ir mas lejos” Las alocuciones del papa siempre terminaban con aquella célebre frase: “Sin ir mas lejos”. Eso se producía sistemáticamente, como el tráfico de la calle Temple. Si bien la calle Temple (o Avenida, como se quiera), tenía mucho que ver con esta historia, la cuestión de la calle no tenía que ver tanto con el carácter de la misma sino con su propio nombre, a saber: Temple. Dije que el nombre de aquella calle había sellado nuestros destinos. Y alguien tenía que animarse a escribir esa historia. No se piense el lector que me considero valiente por ello. Y si alguien se admira de mi osadía, piense que han pasado muchos años. Los suficientes como para exorcizar algunos fantasmas que me he encargado de analizar en un diván (el de mi analista) durante mas de 10 años. Digamos que me mueve “el espíritu científico”, como dijo el Papa en aquella memorable ocasión.


CAPITULO I. Eramos chicos buenos.
Claro... nosotros jugábamos a la pelota. Se trataba de picados en los que los equipos en cuestión eran, a saber: A) Los grandes B) Los chicos A veces era difícil decidir quién pertenecía a cada cual. Mas esto rara vez generaba conflicto. Salvo, claro, en el caso de buenos jugadores (por ej.: Juano o Dario) por los que se disputaban tanto grandes como chicos. No era mi caso. Recuerdo que jugaba frecuentemente abajo (posición defensora) cerca de Sergio que cuidaba el arco con celo y pasión. “Chunto” era su apodo. Como yo siempre jugaba cerca de él un día me bautizaron “Chuntopolowski” Cada tanto, pero inquietantemente, alguien gritaba: “AUTOOOOO!!!!!” lo que indicaba, sin mediar explicación, que si no te corrías, te pisaban. Los resultados eran desparejos (no en el pisado, sino en los partidos). Marta, la mamá de Dani y Walter, desde el pallier de su casa, vigilaba atenta. No se sabía qué, pero ella siempre miraba. Nadie que haya vivido aquella época puede olvidar que un poco el fundador de todo aquello había sido el mítico “Horquio”, que vivía al lado de lo de Sergio. Recuerdo que mi mamá me llevó de la mano porque le habían dicho que allí jugaban “los chicos del barrio”. Después de un rato de estar allí algunos miraban con recelo la mano de mi mamá que no me soltaba. Creo que ella se dio cuenta y se fue. Horquio me invitó a jugar con ellos. Se trataba de algo así como “quién saltaba mas lejos” en el estrecho jardín del frente de su casa. Desde ese inocente juego, pasamos a otros un poco más agresivos, digamos, hasta llegar a la franca guerra encarnizada con unos adminículos fabricados con los ruleros que les robábamos angelicalmente a nuestras santas madres, globos y bolitas de los árboles a modo de munición pesada.

CAPÍTULO II. LA LOZA
La Loza era –modestamente-, nuestro “Cuartel General”. Situada en un punto estratégico desde el punto de vista geopolítico, era a la vez centro de reunión en los días lluviosos (se llegaron a jugar míticos partidos de bolita), hasta refugio para los que querían guarecerse de los temibles ataques con ruleros. Amén de haber sido una fuente inagotable de una especie de yeso endurecido que usábamos como tiza. Recuerdo, no sin que cierta sonrisa sardónica se dibuje en mis labios, que con aquellas “tizas”, un día dibujamos toda la calle que enfrentaba la casa de “La Tona”. Como esta sujeto se pasaba las mañanas baldeando no solo su vereda sino la calle misma, aquello, literalmente la sacó. Fui corriendo a decirle a mi papá (a la sazón el “tordo” del barrio) que ante nuestra pueril mirada, nos deleitó con un riguroso diagnóstico clínico: “Es una histérica”. Recuerdo esos momentos con lágrimas en los ojos. La loza era también un sitio que se prestaba a las más volátiles imaginaciones. De todo se contaba de aquel lugar. Historias escalofriantes. Siempre incluían a un ser misterioso que moraba su vasta e inexplorada geografía. El lugar de reunión veraniego, en cambio, era la esquina del Tano. Ilustre personaje que se caracterizaba por el trato malsano que le daba a nuestras sufridas pelotas (las de fútbol, se entiende) Si el Tano hablara... Esa esquina, así como la rejita de la casa de Sergio, eran testigos mudos de nuestros delirios metafísicos. Se podrían haber escrito tratados enteros con lo que allí se especulaba. El derroche de ingenio era tremendo. Recuerdo especialmente las historias de ovnis, aparecidos y aventuras de todo tipo. Las teorías, tesis, hipótesis y por qué no decir investigaciones rigurosas que allí se debatían, no tenían nada que envidiar a las que ningún genio de la ciencia ficción hubo soñado jamás.

CAPÍTULO III. LA PUBERTAD
Por supuesto, entrados en la critica etapa en que las hormonas fluyen, Temple fue testigo de nuestros primeros escarceos “voyeuristas”. La filmografía expuesta era espeluznante. Al decir de Juano: “Venían gentes de otros barrios”. Recuerdo con ternura, cómo, luego de aquellas largas proyecciones (tanto en el garaje de Sergio como después en la casa del Papa), se lo veía a Dario, con mirada perdida y apurada, musitar un “me voy a casa a tomar la leche” tras lo que desaparecía de súbito, para verlo reaparecer al rato con ojeras no menos turbias en los ojos pero exhalando una especie de paz en su mirada.
CAPITULO IV. “LAS EPOCAS”
“Era extraño –recuerdo que me oí decir en aquella charla- pero todo parecía darse por épocas en la calle Temple”. Efectivamente, los que allí estaban no podían dejar de acordarse de “las épocas”. Estaba por ejemplo la época del Voley. A alguien se le había ocurrido colgar una soga a través de la calle y a conveniente altura, de modo de hacer las veces de una módica red de voley. Los partidos eran apasionantes. No terminaban nunca. También, en verano, se daban las carreras de bicicletas, en las que un circuito prefijado (habitualmente: Temple>Malabia>Moreno>Pizarro>Temple) era recorrido salvajemente por unas diez bicicletas de todo tipo, que daban vueltas ante la mirada atónita de los vecinos que sin nada mas útil que hacer, observaban divertidos el espontaneo espectáculo callejero. La Legnano de Dario estaba en la punta opuesta a la mía. La de Dario era, digamos una bicicleta estilo “despojado” (entiéndase: no tenia nada, salvo lo mínimo como para que algo pueda llegar a acceder a la categoría: “bicicleta”). En dicha bicicleta Dario se pegó golpes memorables, como aquel contra un camión estacionado que nadie en su sano juicio puede olvidar. Estaba también la época de los juegos propuestos por “el Momi” (apodo que deriva del latín Momia, dada su particular agilidad y gracia de gacela en el juego de pelota). Dichas actividades constituían deportes de alto riesgo, como ajedrez, truco, damas y generala, que encontraban sitio apropiado en el pequeño pallier de la casa de Dani y el Momi, ante la infalible, proverbial y silenciosa vigilancia de Marta. Cabe destacar, sin pretender agotar una lista que podría resultar virtualmente infinita, los partidos de paleta (los disputados entre Juanqui y Pepe duraron mas allá de cualquier época), las carreras de autitos rellenos con masilla y con una cuchara en la punta (en Temple se han escuchado insólitas teorías científicas acerca de la aerodinámica y el peso especifico adecuado para alcanzar la máxima velocidad de dichos bólidos), etc.

CAPITULO V. LOS PERSONAJES
En este capitulo se hace una pequeña reseña, digamos mas bien una viñeta, sobre los personajes que transcurrieron parte de sus vidas en la calle Temple.
El Papa: Llamado así por su hermanita (hoy día no tanto) Nati, quien intentando pronunciar su nombre le decía Papavo (sin entrar en detalles etimológicos, por favor). El Papa era desde épocas inmemoriales “el deambulante”. No se sabía dónde carajo, pero él iba y venía sin cesar. Con sus múltiples actividades permanecía poco tiempo en cualquier sitio. Múltiple desde chiquito, era algo así como el agente de Prensa y Difusión de Temple y aledaños. No jugaba a nada. Eso sí: prestaba atención (aunque no se sabe a qué). Era el que traía las últimas noticias. También podría ser definido como el actualizado. Cualquier cosa que le preguntaras él la sabía y te citaba la fuente, para mas datos (y sin ir mas lejos). Sociable como pocos, era difícil hablar con Gustavo sin que te comentara algo interesante. Por la misma razón a veces resultaba difícil sacártelo de encima. Tenía una especie de metejón con Sergio, al que seguía a sol y sombra como si fueran novios. Eran algo así como el Gordo y el Flaco (Aclaración: Sergio era el flaco). Qué mas se puede decir que no se haya dicho o que sí se haya dicho sobre Johan... Mirabile. Su voz, digna de un contrabajo, era reconocible con los ojos cerrados. Estudioso del piano, su repertorio era espeluznante, destacándose sobre todo su Opus “Le Corrousel” (Trad: La Calesita) que tocaba sin cesar cual organito de infinitas y monótonas variantes. El Papa fue Analista de sistemas, viajante y sucursal londinense de Ramos Mejía.
Sergio (Alias Chunto): Era el del medio de la cuadra, privilegio que compartía con los Mosca y Pepe. Por lo tanto difícilmente estaba ausente de cualquier acontecimiento. Quien quiera recabar datos del barrio, en él los encontrará inesperados y de lo mas divertidos. Eso sí ni se te ocurra pedirle que los escriba. Ni se te ocurra pedirle nada. Se va a olvidar. En el barrio, como dije, su concurrencia era infaltable. Una cosa curiosa era que nunca llegaba tarde. Ahora, después de mucho análisis e investigaciones, llegué a la conclusión de que debía ser porque vivía ahí. Ya desde niño descollaba en su habilidad en construir cosas con el Rasti. Te podía construir lo que te imaginaras. Más tarde, cuando se dedicó a hacer Bailantas lo perdimos. Fue Arquitecto y creativo, sus diseños son difíciles de superar (eso sí: no le pidas que te haga un presupuesto).
Dani Mosca: Era el reflexivo del grupo, algo así como un maestro Zen. Siempre sobrio, tenía al mismo tiempo algo de exótico. Recuerdo cuando nos habló de un grupo de música sueco, de avanzada, que haría llegar su producción al país y que haría historia mas allá de los Beatles y los Rolling Stones juntos. Se trataba de ABBA. (¡Perdón Daniel! ¡Pero lo tenía que poner!) Fue el que nos inició en el Rock Sinfónico de la mano de Genesis y luego con Led Zeppelin y Deep Purple. Junto con Pepe y Sergio formaron una banda musical que tuvo gran éxito (en la cuadra). Iban todos los padres (a pedir que se callen). Se inició en guitarra, y no pasó de ahí. De “los grandes” era el mas maduro. Tal vez porque tenía un hermano menor que no era justamente el colmo de la madurez. Fue el primero que tuvo un Deck para cassettes con sintoamplificador incorporado. (¡FÁ!). Con Sergio/Gustavo competían a ver quién hacia cosas más grandes con el Rasti. Fue memorable la época en que se trataba de hacer el Robot con mas movimientos. Ninguno duraba mas de tres pasos sin hacerse mierda. Fue Arquitecto y Asesor Astrológico.
El Momi: Hermano menor de Dani, fue apodado así por su agilidad en los movimientos, especialmente en el fútbol (la verdad es que este mote justificaba muchas veces los errores de los demás). Al Momi si algo no le gustaba era perder. Recuerdo una vez que, jugando al ping pong, le gané; cuando no tuvo mas argumentos para revertir el resultado, se puso a llorar. Momi era super creativo. No había juego que no conociera. Pero hacía todo lo posible por ganar incluidas las mas absurdas mulas. A pesar de que no le gustaba perder, era realmente habilidoso en los juegos de ingenio y de salón. Fue Arquitecto y Decorador de fino gusto (Ya van tres...¿casualidad?).
Pepe: Deportista como pocos, era difícil que no se enganchara en alguno de los múltiples deportes de Temple. Era uno de los más graciosos, siempre el comentario punzante, ingenioso, mordaz (virtud que heredara de su padre, “el Negro”). Fue el primero que salió a bailar (botitas con tacos). Fue el primero que se puso de novio en serio y el primero en casarse. Fue Médico, hizo guardias.
Dario: Personaje. El antedicho “estilo despojado” de su Legnano se aplicaba también a su persona. Siempre estaba de mal humor. Quejoso y protestón se la pasaba hablando mal de Perón. Sin embargo su corta edad hacía sospechosa semejante experiencia política. Se sospechaba una influencia paterna. Chico accidentado. Golpes sorpresivos y contundentes, cortes profundos y fracturas expuestas eran su sino. En esos momentos hasta casi se lo veía contento. Adicto a los deportes de alto riesgo. Una vez, en la época de los ruleros con globo se apareció con un caño de plomo de un metro y medio que nos dejó a todos boquiabiertos. También se recuerda aquella vez en que jugaba a los autitos con masilla. A estos autitos, les poníamos una cuchara para que se deslizaran mejor. Se clavó la cuchara en el carpo. Otra vez, en su Legnano, que alcanzaba velocidades escalofriantes, miró para el costado no sé qué y se llevó por delante un camión estacionado. Dario era así. Fue Sociólogo, Politicólogo, Filósofo, Pensador, Autodidacta y cualquier cosa para la que no se necesite Título.
Juano: Al decir de Walter: “Es el hijo que toda madre quisiera tener”. Tipo tranquilo, se lo veía llegar siempre en una bicicleta verde que le quedaba grande. Mientras a la hora de la cena, a todos nosotros nos llamaban nuestras madres a grito desgañitado, él se iba presto para no hacer esperar a sus padres. Deportista aplicado y prolijo, su concentración denotaba no el simple juego, la chanza precoz, el lúdico disfrutar infantil, sino la profesionalidad del que hace depender el destino del mundo de una pelota desflecada. Siempre se lo veía con Gustavito. Otro dúo dinámico. No hablaba mucho. Solo lo justo: “esa pelota se fue afuera” era una de sus frases memorables. Tal vez por eso Walter acuñó otra frase en relación a la profesión que luego eligiría Juano: “Es una profesión que no arroja muchas novedades”. Fue Contador. Andinista.
Gustavito: Mote que ligó gracias a Gustavo, para diferenciarlo. También llamado Sewich. El hijo del Tordo. De punta en blanco, llegaba a la calle Temple siempre impecable. Lo triste es que volvía a su casa igual de impecable. Su mamá debía creer que, en vez de ir a jugar a la calle, lo mandaba al club Náutico Hacoaj. Fue el que aportó Emanuelle a aquella memorable Matineé en al garaje de la casa de Sergio. Lo que más sorprendió a todos no fue tanto lo explícito del film sino que “El Respetable Doctor” del barrio tuviera en su poder semejante porquería. Su bicicleta era antológica. Digamos que lo opuesto al estilo “despojado” de la Legnano de Dario. Asiento Banana, Manubrio Bigote, timbre eléctrico, cintitas de colores, lustrado impecable, andar desastroso, velocidad nula. Linda, pero una caca. No se destacaba en ningún deporte en particular, lo que lo transformaba en un excelente aguatero suplente, el titular era Gustavo. Se destacaba (dicen) en los complicados debates sobre si esa luz que pasaba todas las noches a las 23:00 Hs. Era un satélite, una nave espía rusa, una ilusión óptica colectiva o el ovni de las 11. Fue Médico, Psicoanalista.

CAPITULO VI: PARA CONCLUIR
Como dijo el Papa en aquella memorable ocasión: “No sé si una Cátedra, pero al menos un pequeño tratado, no sé.... una esquela, sin ir mas lejos.” Papa se fue lejos, pero lo tenemos cerca. Dani con sus diseños. Sergio con sus casas. Juano con sus números. Walter con sus proyectos. Pepe con sus guardias. Dario con sus lecturas. Gustavo con su psicoanálisis. Los personajes de esta historia tal vez quieran agregar algo a lo ya dicho. Otras versiones son aceptadas, otros recuerdos son posibles. Armar el rompecabezas de nuestra infancia de todos modos no es ya una tarea imprescindible. La amistad a seguido por otros caminos. Nuevos. Y que hoy estemos compartiendo estos recuerdos es un alegrón para todos. Como dijo el Papa en aquella memorable ocasión y ahora más que nunca: “Sin ir mas lejos”.
Gustavo Chuntopolowski

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