lunes, 6 de febrero de 2012

El barrio, como el de todos

Decía que la cuadra era después del hogar, el lugar de pertenencia inmediato; ampliando el horizonte podríamos agregar que el barrio era el aglutinador de ambas circunstancias. El barrio, para quienes pudimos disfrutarlo, no era muy extenso; quedaba circunscripto a un par de cuadras más allá de la nuestra, sin orientación definida; puede decirse que el barrio era la ampliación de la cuadra hacia los cuatro puntos cardinales, aunque sin dudas, siempre se orientaba hacia algún punto especifico, por ejemplo, por la existencia de un puñado de negocios.

El barrio, en mi caso, se expandía hacia la calle Bolívar; sobre ella se apiñaban algunos negocios inmediatos: la verdulería de don Pedro, el almacén de Mauro, el kiosco de Pocho y, un poquito más allá, la mueblería de don Isaac y la ferretería de León. Como ven, todo estaba a mano, por lo menos, lo más indispensable. No fue aquella la época de los supermercados. Luego aparecieron Gigante y Gran Tía. No deben quedar muchos que recuerden que en donde hoy está el maximercado Makro de Haedo, se levantaba el supermercado Gran Tía o que en el predio ubicado entre el Carrefour y el Easy de Liniers, ahí sobre Juan B. Justo, existió el supermercado Gigante.

Para ir a Gigante, existía un servicio de colectivos que recorría los barrios reuniendo gente. Esos micros no eran nada más ni nada menos que los ómnibus escolares, los que en aquellos años eran de color blanco y no naranjas como ahora.

Pero, volviendo al barrio, es bueno recordar que en él se involucraba al resto de los habitantes de las demás cuadras, así las cosas, nuevos vecinos se incorporaban a nuestra vida. El barrio pasaba a ser patrimonio de todos. Surgían entonces las barras de las esquinas. Las había de todo tipo, unas más pendencieras que otras y algunas, más buenas que el puré, como la mía.

Normalmente, siempre había “pica” entre esas barras, pero por esos años, la disputa no pasaba a mayores y terminaba arreglándose el problema con algún picado, que naturalmente finiquitaba a los piñazos.Es decir, lo que no podía el balón, lo podía un puñetazo.

Recuerdo las barras de Caseros y Cerrito, la de Oncativo y Bolívar y la de Yerbal y Pringles. Estaba también la barra del Ateneo, cuya asociación tenía que ver con otra identidad, ya no la barrial sino la de pertenecer a un grupo societario. La nuestra tuvo pica con la de Caseros y Cerrito, hasta que decidimos la amistad -por conveniencia de nuestros dientes- para ir por otra barra, la del ateneo.

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