miércoles, 29 de febrero de 2012

La Blue

Normalmente, los seres humanos solemos encariñarnos entre nosotros, es decir, no es muy común -siempre hay excepciones- tener sentimientos hacia cosas materiales, pero esta vez lo que vengo a referirles tiene que ver con el recuerdo que un grupo de tipos tiene hacia un automóvil, más precisamente, una camioneta.

Presentada la cosa, vamos a su desarrollo.

Ella merecería ser reverenciada por muchos. Es más, acá debería haber una foto de ella, ya que para quienes la conocimos fue seductora y voraz, era una diabla y la mejor compañera. La "Blue" fue la camioneta Chevrolet C10. modelo 74 de Matteo Aiello.

Cuando con apenas dieciseis años, junto a White nos subíamos a ella, dejaba de ser el utilitario de la carpintería y se reconvertía. White al volante y quien escribe como navegante.

Como olvidar su andar por la calle Pringles a más de 60 km/h, con Dani con los ojos tapados y yo indicandolé el andar: llavala así, mantenela ahí, un poquito a la izquierda..Que Locura!!!!

O aquella vez que en la Av.Crovara quedamos en la mano contraria a la que circulabamos para retomar el camino después de un trompo planificado.

Su cabina para tres alguna vez llevó tres parejas, si ya se que entran, pero lo particular fue que la novia de White iba sentada a su izquierda.

Supo ser tan noble, que en una noche de descontrol y alcohol absoluto, dejo de andar sola en alguna calle de Palomar para que los cinco que viajabamos en ella (White, Larry, Hulk, Corcho y Condorito) volviendo de Mirage durmieramos la mona en su cabina.

Fue "el duerme la mona" en muchas ocasiones y porque no decirlo, hasta "albergue transitorio".

El día de su partida, no ha quedado registrado. Es una pena, se merecía otro final y no un simple cambio de titularidad.

Las máquinas no tienen alma, pero ella, "la blue" fue diferente. Por eso ahí donde estés, vaya para vos mi recuerdo, queridísima "Brava modelo '74, de caja corta"

martes, 28 de febrero de 2012

White


Cuando con quince años tome la decisión de cambiar de colegio, jamás imagine el cambio que se produciría en mi vida. Entiéndanme, hasta ese tercer año en el“Juancho”, aún no me había destetado, venía cursando mis estudios con algunos chicos desde el jardín de infantes. 

El “Juancho” quedaba a veinte cuadras de mi casa y al que me había decidido cambiar, el Enet 13, quedaba en Villa Lugano.

De 20 cuadras a dos colectivos. De Ramos a Lugano, menudo cambio! 

La suerte quiso que ese cuarto año del Enet Delpini, se conformara con nuevos alumnos que se incorporaban ese año a la escuela, nadie se conocía entre sí. Todos fuimos “recienvenidos”, con la obligación de conocerse. 

Durante esos últimos tres años del secundario, la ubicación en el aula se mantuvo, más allá de algún cambio puntual, casi igual. 

Eran tres filas de asientos dobles: Yo (Condorito) me sentaba junto a la pared, con vista hacia el patio interno, en el anteúltimo banco. Detrás mío, Daniel Aiello (White, también Narichi y Danielitodani), a su lado Omar Marcolín (El topo) cerrando el aula. Pasillo de por medio, a nuestra diestra, Rubén Carreño (Carro) junto a Anibal Sanz (Corcho), delante de ellos, Ruben Cecconi (Larry) y Francisco Cassanese (Hulk); en la fila anterior a estos Candela (Mingo) y Pozzutto (Pepe). Voy a detenerme aquí, porque la mayoría de los recuerdos rondarán entre estos personajesEn esos primeros días del cuarto año coincidíamos viajando en la línea 117 entre otros, con White. El siempre bajaba en Emilio Castro y Larrazabal, sin embargo, una tarde no bajó, y como yo continuaba hasta Liniers, surgió indefectiblemente la conversación. 

Ambos íbamos hasta Ramos. 
Ambos íbamos a buscar una novia. 
Ambas iban al mismo colegio (la Medalla). 
Ambas iban a la misma división. 
Ambas se llamaban Patricia.


Sería la misma o eran dos? La incógnita se resolvió de la mejor manera, eran dos patricias. 

Ese día, con Daniel empezó nuestra amistad. Fuimos como hermanos durante mucho tiempo, lo que vulgarmente se dice: “eran culo y calzón”. Su casa era la mía, la mía era la suya; sus padres eran también míos al igual que mis viejo con él. 

Hoy, que ha pasado tanto tiempo, guardo el mejor de los recuerdos, mucho cariño y nostalgia por esos años juntos, pero debo reconocer un quiebre en esa amistad. Hubo un antes y un después. A la distancia, como en todos los órdenes, lo que en algún momento fue terminante, parece tomar otro cariz. Igual, todo bien White. 

Estoy seguro que el siente lo mismo. Lamentablemente nada volverá a ser como antes, y está bien que sea así, si no, no hubiésemos crecido. Todos cambiamos, todos fortalecemos personalidades, todos somos otros cuando somos hombres. Lo bueno es que ambos sabemos que nada ni nadie podrá quitarnos lo vivido, porque, justamente éso es, “únicamente nuestro”. 

Para el Tano, con afecto sincero.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Fútbol, o para mejor decir, Pelota

Uno no quiere entrar en discusiones cuando se habla de él, sobre todo porque hay tanto guacho esperando un desenlace trágico para poder vender, por eso, coincidiendo totalmente con Héctor Negro, es que les dejo su poesía, que lo disfruten no tiene desperdicio. 
Versos para Maradona.


Después de semejante relato, además tan bien hecho por Apo, quien no soño alguna vez con ser aunque sea un poquitito Diego, no? Ojalá estes bien Pelusa.

Juego al fútbol desde que tengo noción, pero desde hace 29 años cada vez que entro a una cancha de fútbol, encuentro a mi lado o en la otra mitad de la cancha al mismo tipo, ese es Andrés López.
Raro esto del fútbol entre los hombres no? Cual será la motivación que lleva a que otrora muchachos, hoy devenidos en hombres, normalmente fuera de estado y cada vez más impedidos físicamente, mantengan esta tradición durante tanto tiempo.
Se que no estoy planteando nada nuevo, es más, otros se han ocupado ya del tema, pero es que me cayo la ficha: hace casi treinta años y desde hace unos quince, todos los jueves, pasando por distintos complejos deportivos, un grupo de aproximadamente 15 hombres, se viene juntando para “jugar a la pelota”, que es lo más cerca que pueden estar del fútbol.
Debo confesar que no he sido uno de los más fieles y cumplidores en esta tradición que pervive en mi barra, en esa cita de los jueves por la noche, es más, acabo de volver después de una ausencia cercana a los dos años y pareció que fue ayer cuando deje de ir, vista la manera en que me recibieron el resto de los muchachos.
También es cierto que otros defeccionaron antes que yo y que ni siquiera son reincidentes. Muchos nombres me gustaría volver a encontrar los jueves cuando piso la “bombonera” en la Casona: la gorda Dastugue, que vaya a saber porque designio cada vez que lo convocamos está ocupado.
Me gustaría ver de nuevo tocando “el fúlbo” junto a mí al gallego López o al mismo Juan, hoy viviendo circunstancialmente en Honduras.
Ello no quita que me encante juntarme en el verde cemento todos los jueves con Triqui, el Turco, Gabriel, el mismísimo Ariel, “un player diferente” o Tito, mi cuñado, por nombrar a algunos, con quienes, por suerte, yo no se que nos une más: si despuntar el vicio de pegarle (cuando lo hacemos) a la redonda o la sobremesa cervecera que se prolonga normalmente más tiempo que el que le deparamos a correr.
Durante los lapsos en que estuve ausente deportivamente, más de una vez fui para compartir la sobremesa cervecera y alguna que otra vez a preparar una choriceada para cuando terminaran de jugar.
En fin, que un grupo de hombres, con un promedio de unos treinta/treinta cinco años, mantenga por tanto tiempo la misma rutina, al igual que otros tantos grupos que se diseminan por toda la Argentina, creo que no debe ser cosa común en otros países del mundo.
Gracias al fútbol, los hombres tenemos a diferencia de las mujeres (no conozco ningún grupo de mujeres que mantenga alguna actividad por tanto tiempo y que de ella hagan un culto de la amistad) y esto no es machismo ni va en contra de nadie, simplemente es un hecho que me permite aventurar, como decía más arriba, que gracias al fútbol nosotros lo tenemos a él y por eso seguimos siendo diferentes, lo que no nos hace mejores, pero…

El Señor Roberto Fontanarrosa es uno de los tantos escritores que ha dedicado gran parte de su obra a la temática del fútbol, en su obra Escenas de la Vida Deportiva, rescata en el relato El Picadito, el ritual de un grupo de amigos que se preparan para jugar al fútbol.
El Picadito, fue adaptado para un corto cinematográfico por la Productora ContraPlano & Carra, que lo disfruten:



lunes, 6 de febrero de 2012

El barrio, como el de todos

Decía que la cuadra era después del hogar, el lugar de pertenencia inmediato; ampliando el horizonte podríamos agregar que el barrio era el aglutinador de ambas circunstancias. El barrio, para quienes pudimos disfrutarlo, no era muy extenso; quedaba circunscripto a un par de cuadras más allá de la nuestra, sin orientación definida; puede decirse que el barrio era la ampliación de la cuadra hacia los cuatro puntos cardinales, aunque sin dudas, siempre se orientaba hacia algún punto especifico, por ejemplo, por la existencia de un puñado de negocios.

El barrio, en mi caso, se expandía hacia la calle Bolívar; sobre ella se apiñaban algunos negocios inmediatos: la verdulería de don Pedro, el almacén de Mauro, el kiosco de Pocho y, un poquito más allá, la mueblería de don Isaac y la ferretería de León. Como ven, todo estaba a mano, por lo menos, lo más indispensable. No fue aquella la época de los supermercados. Luego aparecieron Gigante y Gran Tía. No deben quedar muchos que recuerden que en donde hoy está el maximercado Makro de Haedo, se levantaba el supermercado Gran Tía o que en el predio ubicado entre el Carrefour y el Easy de Liniers, ahí sobre Juan B. Justo, existió el supermercado Gigante.

Para ir a Gigante, existía un servicio de colectivos que recorría los barrios reuniendo gente. Esos micros no eran nada más ni nada menos que los ómnibus escolares, los que en aquellos años eran de color blanco y no naranjas como ahora.

Pero, volviendo al barrio, es bueno recordar que en él se involucraba al resto de los habitantes de las demás cuadras, así las cosas, nuevos vecinos se incorporaban a nuestra vida. El barrio pasaba a ser patrimonio de todos. Surgían entonces las barras de las esquinas. Las había de todo tipo, unas más pendencieras que otras y algunas, más buenas que el puré, como la mía.

Normalmente, siempre había “pica” entre esas barras, pero por esos años, la disputa no pasaba a mayores y terminaba arreglándose el problema con algún picado, que naturalmente finiquitaba a los piñazos.Es decir, lo que no podía el balón, lo podía un puñetazo.

Recuerdo las barras de Caseros y Cerrito, la de Oncativo y Bolívar y la de Yerbal y Pringles. Estaba también la barra del Ateneo, cuya asociación tenía que ver con otra identidad, ya no la barrial sino la de pertenecer a un grupo societario. La nuestra tuvo pica con la de Caseros y Cerrito, hasta que decidimos la amistad -por conveniencia de nuestros dientes- para ir por otra barra, la del ateneo.